miércoles, 12 de septiembre de 2012

ASESINOS
El origen del arquetipo llamado “sombra” en el modelo de individuación ideado por Jung, se debe a lo que negamos de nosotros mismos y le atribuimos a los demás: Si algo no me gusta, juego a que eso no existe, pero como tengo miedo que, en el momento en que yo menos me lo espere, aflore y me descubra, empiezo a condenarlo en los otros. Schopenhauer decía que si uno había vivido toda una vida de santidad pero, en el último día, mataba a alguien, era un asesino (nosotros, como sociedad, jamás nos preguntamos por la vida de un asesino anterior al hecho). Su vida se había convertido en el tiempo que tenía que transcurrir hasta cumplimentar su destino, por lo que concluía (Schopenhauer) que el carácter era innato. Pero, pensemos en lo que este último ejemplo puede connotar : yo no sé si terminaré mi vida siendo (o no) un asesino. Y esto, ¿es posible? La proposición típica se refiere a que si alguien amenaza o directamente acaba de matar a un ser muy querido (quizás un hijo) y uno tiene la posibilidad de ultimar al asesino, ¿lo haría? El hecho de matar a alguien ¿lo convierte a uno en un asesino, más allá de los atenuantes (en defensa propia, etc.) que, justa y legalmente, pudieran presentarse? Supongamos que la respuesta es no, que yo al matar al asesino no me convierto en un criminal (con toda la connotación de ilegal y enemigo de la sociedad que esta palabra tiene), debido a que puedo tener causas que me justifiquen socialmente (no sólo la citada defensa propia, o emoción violenta, sino otras más altruistas como, por ejemplo, quitarle un mal a la sociedad, alguien inhumano e irrecuperable que es un peligro latente para los demás individuos, etc., mediante la pena de muerte). Aceptando como ciertas estas apreciaciones, aun así, hay algo que está pasando inadvertido. Obviemos el tema de si merece o no morir, ¿qué diferencia hay, de hecho, entre una muerte y la otra? Se ha asesinado a un niño que no podía defenderse, se ha asesinado a un criminal que no podía defenderse (pena de muerte). No había una razón para matar al chico (no era razonable), pero sí la tenemos para matar al reo: ésta es la gran diferencia. Es decir: si hay una razón que lo justifique, podemos matar. Matamos legalmente. De acuerdo. Ahora, de nuevo la pregunta: el hecho (legal o no) de matar ¿no nos convierte en asesinos? ¿Qué es ser un asesino? Diccionario : Asesino viene del árabe hassasin que quiere decir: consumidor de hasis. Asesinos eran los miembros de una secta religiosa que tenía por costumbre consumir este narcótico. Pero, como se imaginarán, estos fanáticos no cobraron notoriedad únicamente por este hecho. Su prueba de ingreso a la secta consistía en matar a una persona que el jefe le asignaba. Es decir, no mataban a cualquiera, sino a quien, premeditadamente, se les indicaba. Y esto coincide con la definición de asesinar : matar con premeditación o alevosamente. ¿Hay alguna duda sobre la premeditación y alevosía en la ejecución de un reo? A lo que quiero llegar no es a un mero prurito semántico, sino a que, más allá de las justificaciones, seamos conscientes de lo cruelmente instintivo que es asesinar pero, en especial, cuán latente puede estar en todo ser humano. Si asumimos esta postura trasladaremos el eje de la discusión por afuera de toda ética, pero sincerados, sin duda más humanos y falibles que lo que puede mostrarnos cualquier teoría de la convivencia (por más dura lex que prometiese ser). ¿Y es peligroso salirse de la ética ? Muchos podrían alegar que, generalmente, cuando esto pasa se incurre en delito. Ahora bien, ¿quién ha trazado a través de los siglos el perfil ético humano ? Quién más sino el mismo hombre. ¿Es entonces la ética una represión del hombre a sus propios instintos ? Sobre esto no tengo la menor duda. La mayoría de lo considerado instintivo se juzga impropio para vivir en sociedad y se castiga de manera ejemplar . Todas las reformas ejecutadas a códigos legales ejemplares (como el Derecho Romano), son complejas adaptaciones de cada pueblo a lo considerado no lesivo para su sociedad, es decir lo no instintivo, lo permitido. El hombre (como especie) tiene instintos naturales cuya exposición es peligrosa para la convivencia social. Es por eso que los reprimimos. Creamos normas que traban el paso del deseo a la acción. Esas normas están contenidas en el Código Penal. Hay deseos de posesión que reprimimos (sexual : violación ; mobiliaria : robo ; inmobiliaria : usurpación), deseos destructivos que reprimimos (hacia uno mismo : suicidio ; hacia los demás : asesinato), deseos de engaño (sexual : adulterio, económico : estafa), y muchos otros. Es decir, la represión legal existe porque existe el deseo. Una conclusión derivada de la afirmación anterior expresaría que si eliminamos la represión, el deseo se desata. O sea, que la ley no sólo estaría para reprimir los excesos (delitos), sino para prevenir o amedrentar, quizá mediante la exhibición de la dureza de las penas, a posibles futuros delincuentes. Sin embargo, ¿es así ? Los delincuentes, ¿piensan en la pena que les correspondería antes de cometer un delito ? Este es un tema. El otro sería plantear la primera afirmación reformulada : ¿Podría ser que la represión (creada para accionar sobre el deseo delictivo) termine generando deseo ? Veamos. No creo que haya algo más atractivo que lo prohibido. La condición de oculto, sugerido quizás, despierta ansias de una primogénita posesión, que es lo que nos lleva a descubrir cosas. Queremos ver que hay detrás de ese manto semitransparente. Afinamos un poco más la vista, pero no ; si queremos ver qué es lo que esas sensuales formas insinúan, hay que traspasar los límites. Hagámoslo más claro : todos somos potenciales delincuentes. Si la ley es el dictado de la represión de nuestros instintos, todos somos posibles transgresores de ésta. Pero ésto no significa que no nos desatamos por miedo a la ley, como bien podría creerse. Generalmente convivimos con sobreentendidos de lo que está bien. Nadie le va a preguntar al otro si está bien o mal que le robe la billetera. Todos sobreentendemos lo que se puede hacer y lo que no (salvo que padezcamos un problema mental que no nos permita diferenciar el bien y el mal, como es el caso de la psicopatía). Es decir, no consultamos el Código para saber si lo que vamos a hacer está bien o no. Por la misma razón, se desprende que no actuamos o dejamos de hacerlo por temor a la letra legal. Lo hacemos evaluando automáticamente de acuerdo a como fuimos programados desde chicos. Ésto es el sentido común : un gran sobreentendido que, en mayor o menor medida, compartimos con nuestros compañeros de especie.

martes, 11 de septiembre de 2012

APUNTES PARA UNA HERMENÉUTICA ARGENTINA
"Porque en realidad no propongo una solución a la problemática sarmien-tina, ya que su valor genuino está en que no puede ni debe ser resuelta, fi-niquitada, muerta, sino utilizada a lo largo del tiempo como hipótesis de trabajo, como suscitador de respuestas, como un bisturí que jamás se em-bota y que hiere y cura lo más sensible de nuestro amor al país". Ezequiel Martínez Estrada.
INTRODUCCIÓN La intención del presente trabajo es la de analizar el “Facundo, Civilización y Barbarie” desde la Hermenéutica, tomando en cuenta la Teoría de Jung sobre los arquetipos en el inconsciente colectivo. Antes de comenzar con el desarrollo del análisis del libro de Sarmiento, creo necesario hablar brevemente sobre la techné, es decir las herramientas que nos permitirán llevar adelante dicho análisis. Los arquetipos son cuatro: Sombra, Ánima, Ánimus y Persona. Dichos elementos conforman un círculo cuyo centro es el sí mismo. Si este último se concretiza —es decir, si se cumplimentan los cuatro arquetipos—, se produce lo que Jung denomina “proceso de individuación”. El inconsciente colectivo es la memoria de la especie humana en un individuo, manifestada justamente en los mencionados arquetipos. De este modo, tenemos que los cuatro elementos mostrarán, no sólo nuestras características particulares, sino también la medida en que tales rasgos nos ligan a la especie. A continuación, una breve reseña acerca de cada uno de los Arquetipos : Sombra: es la proyección de nuestras tendencias inconscientes en otras personas. Generalmente nuestra personalidad ocupa el lado opuesto o antagónico al de la sombra. Esta puede simbolizar tanto una escasez que tenemos que superar, como algo de nuestra vida que deberíamos aceptar. Ánima: es la personificación de todas las tendencias psicológicas femeninas en la psique de un hombre (sospechas proféticas, captación de lo irracional, sensibilidad para la naturaleza, etc.). El carácter del Ánima de un hombre adquiere generalmente la forma de la madre. Es, por ende, el medio por el que se transmiten los mensajes vitales del sí mismo. Ánimus: es la contraparte del Ánima, sólo que en la mujer. Así como en el hombre el carácter del Ánima se lo da la madre, el del Ánimus está influido por el padre de la mujer. Se manifiesta en las cualidades masculinas tales como el arrojo, la iniciativa, sabiduría espiritual, etc. Está conformado, también, por aquellas convicciones inalterables que le ha inculcado el padre en su infancia. Persona: es la máscara o el rol que tomamos para desenvolvernos ante distintas circunstancias de la vida. Es la cara visible, pero no la única. En ella se manifiestan los demás arquetipos por medio de símbolos Jung halla los arquetipos en un individuo mediante la exploración de los símbolos (imágenes) que aparecen en el mundo onírico del paciente. Al ser los símbolos “universales”, llega al arquetipo particular que se encuentra en conflicto. Bueno, ahora la pregunta sería: ¿Qué tiene que ver esta teoría de tinte psicoanalítico con un análisis literario y, específicamente, con el Facundo de Sarmiento? Tomemos como un hecho que ignoramos (por convicción o simple desconocimiento) la sentencia de Goethe: “todo es símbolo”, es decir que todo refiere a otra cosa, y dudáramos sobre la compatibilidad de un estudio del inconsciente colectivo en un individuo con un análisis crítico-literario. Bueno, en ese caso, tendríamos que ver si este método realmente funciona y, si es así, de qué manera se instrumenta. Uno de los modelos que utilizó Jung para graficar cómo el individuo apela al inconsciente colectivo para comunicar sus mensajes más herméticos, fue el modelo de los cuentos de hadas. En éstos aparecen ciertos símbolos que se han repetido en diferentes culturas y en distintos momentos de la historia de los pueblos, tales como el castillo o la morada (la mente), el sótano o el arcón (el inconsciente), el héroe o el antihéroe (el ánimus), la princesa a rescatar (el ánima), etc. A través del estudio de los símbolos que aparezcan, se puede desentrañar el mensaje subliminar inserto en el cuento. Pero dicho mensaje no sólo tendrá el valor de un código descifrado, sino otro mucho más significativo. Debido a que los símbolos poseen un carácter universal, si develamos el mensaje intrínseco no será el del autor del cuento analizado como simple narrador, sino como integrante de su especie. Es decir, que la significación del mensaje llega hasta nosotros debido a que manejamos un código simbólico en nuestro inconsciente, y esto es así porque pertenecemos a una misma especie, la humana. Es por eso que a través del análisis simbológico llegamos al mensaje oculto (hermético) de un individuo, y a través de él, al de la especie, situado en la memoria almacenada en su inconsciente colectivo. En el análisis hermenéutico de un texto se toma en cuenta, predominantemente, la interacción creador-criatura. El sí mismo del creador indefectiblemente aparecerá en su criatura, pero no podremos verlo sino a través de determinados símbolos que aparecerán semiocultos en el texto. Este sí mismo nos hablará del creador, pero también de algunos símbolos comunes a su especie. Esta es la razón por la que creo que este tipo de análisis puede funcionar mejor que otros (quizá más cientificistas, o filológicos). ¿Puede haber una semántica más específica que la que llega a los mensajes herméticos de un individuo y, a través de él, a los de la propia especie humana? Creo que no. Alguna vez dijo Georg Gadamer que la tarea de la hermenéutica era tender un puente sobre la distancia de espíritu a espíritu. Si esto es así, quizá esta disciplina contribuya a disminuir el abismo que hemos construido entre nosotros y que seguimos alimentando a través de competencias absurdamente salvajes y autodestructivas, prestando atención sólo a lo que nos diferencia e ignorando (como peligroso) lo que nos une.
ANÁLISIS HERMENÉUTICO DEL “FACUNDO” El “Facundo, Civilización y Barbarie” es un texto ideal para un análisis hermenéutico debido, principalmente, a tres razones: Las circunstancias en que fue escrito (exilio), el estilo (pasional y comprometido) y, fundamentalmente, la forma (no es enteramente una biografía, un ensayo, una novela, un elemento propagandístico, o un programa de gobierno; sino una integración muy original de todos estos géneros). Las dos primeras razones (las circunstancias y el estilo) facilitan el hallazgo de elementos muy caros al carácter y al ethos de Sarmiento; la tercera (la forma), hace casi imposible un análisis semántico (al menos, uno que cubra todas las esferas), debido al carácter plurigenérico anteriormente citado. A continuación, el desarrollo de cada uno de los cuatro Arquetipos, determinados por la relación creador-criatura instalada en la obra. SOMBRA
Dos son las sombras que acechan a Sarmiento en esta obra: Los generales Juan Facundo Quiroga y Juan Manuel Ortiz de Rozas. Estos dos personajes trascienden el mero relato histórico, para transformarse en una negación (el primero) y una escasez (el segundo) del propio autor. ¿Cómo se explica esto? Ahora veremos. * Quiroga: Lo llamaban El tigre de los llanos, y Sarmiento utiliza la anécdota del tigre en el desierto para marcar la similitud que ubica a Facundo del lado salvaje, es decir, personificando a la barbarie, lo irracional, el impulso, lo natural. Pero Quiroga era ante todo un caudillo, y ¿qué es un caudillo para Sarmiento? : “(...) un caudillo que encabeza un gran movimiento social, no es más que el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada de su historia.” Es decir, Facundo es el reflejo del pueblo, ese mismo del que Sarmiento forma parte. ¿Y por qué es importante el detalle de que Sarmiento obvie citarse como un integrante más del pueblo bárbaro reflejado en sus caudillos? Porque si así lo hiciera, asumiría su propia barbarie. Y aquí aparece la negación a la que aludía hace un momento. Sarmiento compara al gaucho (hijo de español e india; en definitiva, la porción mayoritaria de la Argentina a mediados del siglo XIX) con las tribus árabes, las cuales sí tenían una organización social, pero eran nómades. Es decir, un grave atentado contra la civilización y el progreso: “(...) porque no puede haber progreso sin la posesión permanente del suelo”. Y esta comparación la sustenta en que la geografía común (la llanura) en la que les ha tocado nacer tanto al árabe, como al gaucho y aún a los mohicanos, ha sido el motivo de su barbarie. Este pensamiento responde a una corriente ideológica llamada “determinismo”, en la que se cree a los hechos como consecuencias de premisas ya estipuladas e inmodificables. Así, el gaucho galopa despreocupadamente por las llanuras, y Sarmiento asocia: “Ya la vida pastoril nos vuelve, impensadamente, a traer a la imaginación el recuerdo del Asia, cuyas llanuras nos imaginamos siempre cubiertas, aquí y allá, de las tiendas del calmuco, del cosaco o del árabe. La vida primitiva de los pueblos, la vida eminentemente bárbara y estacionaria, la vida de Abraham, que es la del beduino de hoy, asoma en los campos argentinos, aunque modificada por la civilización de un modo extraño.” Esto lo llevará a una nueva y fundamental comparación dentro de lo que es su concepción de país: ¿Cómo se ha superado la barbarie india en Norteamérica? Con inmigración y, una de sus consecuencias, el progreso. Esta misma fórmula tiene que arrasar la barbarie argentina. ¿Cómo civilizamos a los gauchos? Mezclándole la sangre con europeos progresistas que pueblen las llanuras en donde los gauchos vagan, transformándolas en ciudades para que, de esta forma, al cambiarles el hábitat (ya que éste es el que “determina” al individuo), cambien inevitablemente sus costumbres. Él se ve afuera de esta realidad. Nada más ajeno a Sarmiento (y a la Nación que pergeña) que un pueblo gaucho, comparable a aquellos árabes bárbaros, incivilizados. Sin embargo, él mismo (por parte de la familia materna) desciende de los árabes. Su madre (Doña Paula Albarracín), la persona que más ha influido en su vida, es en realidad: Paula Al-Ben-Razín. Como vemos, hasta en estos mínimos detalles, Sarmiento no asume algo latente, vivo dentro de su ser. Sangre árabe corre salvajemente por sus venas argentinas. Negar la barbarie es negarse a sí mismo; y es por eso que Facundo, el máximo exponente de esa barbarie tan nuestra, se transforma en su negación, en una de sus sombras: “(...) porque en Facundo Quiroga no veo un caudillo simplemente, sino una manifestación de la vida argentina, tal como la han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno(...)”. * Rosas: Para entender cómo este personaje singular en la historia de nuestro pueblo se transforma en sombra del autor, podríamos comenzar con la Introducción de la obra. Aquí Sarmiento es más que claro con respecto a lo que piensa sobre Rosas y lo que lo diferencia a éste último de Quiroga, que es justamente lo que lo constituye en sombra del autor: “Facundo, provinciano bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él; por Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo. Tirano sin rival hoy en la tierra.” Pensemos en lo que este párrafo puede implicar. ¿Qué diferencia a estos dos caudillos en tanto movilizadores sociales? Los dos tienen carisma, pero Facundo lo ha impuesto por la fuerza, “con el terror de su nombre”. Y esa misma fuerza lo ha derrotado: “El orgullo y el terrorismo, los dos grandes móviles de su elevación, lo llevan, maniatado, a la sangrienta catástrofe que debe terminar su vida.” En cambio, ¿qué es lo que sostiene a Rosas? ¿Su nombre? ¿Su fuerza? Algo mucho más importante: su enorme capacidad de conducción. Rosas es un líder nato. Es un cerebro privilegiado que ha sabido captar lo que se cocinaba en el país y cuáles eran los ingredientes que tenía que utilizar y cuáles que rechazar. Se ha deshecho, entre otros, de Maza, Facundo, Estanislao López, Lavalle, y hasta del general Paz. Sus mayores detractores están exiliados e impotentes. Es obvio que su muñeca política es una de las más acei-tadas de todos los tiempos. Sarmiento lo sabe, o mucho más que eso: lo siente como un empacho en el alma. Algo que no digerirá nunca. Quizás nos ilustren mejor sus propias palabras, cerca del final de la obra: “¡Rosas!, ¡Rosas!, ¡Rosas!, ¡me prosterno y humillo ante tu poderosa inteligencia! ¡Sois grande como el Plata, como los Andes! ¡Sólo tú has comprendido cuán despreciable es la especie humana, sus libertades, su ciencia y su orgullo! ¡Pisoteadla! (...)” . ÁNIMA
A lo largo de la obra de Sarmiento tomamos contacto con objetos muy caros a sus sentimientos que se repiten, algunos, en la totalidad de sus escritos: la madre, la patria. En el Facundo, su madre aparece a través de las múltiples referencias al mundo árabe (relacionado directamente con su linaje materno). Pero, a pesar de que es “la patria” la que nos interesa, debido a que tomará un rol protagónico como elemento femenino arraigado en el autor y en la obra que nos ocupa, veremos que, tanto la madre como la patria, no son incompatibles, sino todo lo contrario. La razón es que se constituyen en dos referentes de un mismo objeto de deseo, al quedar unidos (estos dos conceptos de patria y madre) en uno de los dos símbolos tópicos de la obra: la barbarie. Según el diccionario de Cirlot , los símbolos de la madre presentan una ambivalencia notable; la madre aparece como imagen de la naturaleza e inversamente; la madre terrible, como sentido y figura de la muerte. Por esta causa, según la enseñanza hermética,  regresar a la madre significaba morir. Es decir, la madre puede ser vista como fuente de vida, fecundidad, en síntesis: como naturaleza; pero, también, como muerte. Y, ¿por qué la naturaleza o un regreso a la naturaleza (como regreso a la madre) puede significar la muerte? Bueno, ¿qué es lo que pasa cuando morimos? Nos entierran. Y esto, más allá de las razones de profilaxis o religiosas, se traduce como un regreso al polvo de donde venimos. La naturaleza nos recibe en su seno, la nutrimos para que vuelva a crear, para que dé vida nuevamente. Es aquí donde vemos, en su real dimensión, lo que la polisemia de este símbolo puede decirnos acerca del autor del Facundo. Cuando en el tema anterior (la sombra) veíamos a Sarmiento denunciando a la naturaleza como creadora de barbarie, ¿a quién se refería en realidad? ¿Acaso su propia madre no lleva sangre bárbara (árabe) en sus venas? ¿No será este despotriqueo contra la llanura (parte mayoritaria, por esos años, de la naturaleza argentina) un reproche al propio origen de su madre y al suyo mismo? Sarmiento había aprendido una idea de nación que no se condecía con su tierra, con su patria. Su instrucción autodidacta, a manos de escritores europeos (predominantemente franceses) y norteamericanos, le mostraba otra realidad, un proyecto de vida distinto, algo por hacerse. Pero la Argentina no era un recipiente vacío posible de llenar con cualquier cosa; ya tenía su propia identidad. Todo lo nuevo que se incorporase, inevitablemente debía connivir y cruzarse con la identidad argentina que existía y que, de alguna forma, sigue existiendo. Sarmiento para nada desconocía esto que estoy diciendo. Es más, cuánto habría dado él por ignorar nuestra cepa bárbara, negarla, y proyectar tranquilo (de cero) un país nuevo y progresista. Pero, muy a su pesar, tenía harto presente esa realidad que lo avergonzaba al punto de llevarlo a negar su propio origen, de negar a su madre, es decir, a la naturaleza. Pero, ¿qué pasa cuando uno niega su origen y quiere partir de otra realidad? Principalmente, cae en un autoengaño. Y, ¿necesitaba Sarmiento engañarse a sí mismo? Yo creo que sí, y por una razón fundamental: sostener su mesianismo . Él podía llevar adelante la transformación que la patria necesitaba, siempre y cuando estuviera al margen de la realidad a modificar. ¿Cómo podría redimir de la barbarie a la Nación siendo él mismo un bárbaro? Lo que no advirtió Sarmiento fue que al cambiarse él de lugar, todo lo demás también cambió. Se disfrazó de héroe para rescatar a una princesa que ya no era tal, que lo esperaba con la cara de su madre y todo el peso que esto le repre-sentaba. Entonces, el problema del origen es un inconveniente insalvable para Sarmiento, y el que se constituya en algo tan traumático, se evidencia en el lugar recurrente, casi obsesivo que ocupa su madre a lo largo de toda su literatura que, de alguna manera, equivale a decir su vida misma. ÁNIMUS
En este punto quiero ser categórico: hay un sólo héroe en el Facundo, que no es Quiroga y mucho menos Rosas, pero que sí se manifiesta a través de estos dos personajes y sus circunstancias. Se llama Domingo Faustino Sarmiento. Tuvo la intención de caracterizar al general Quiroga como un personaje repudiable, pero terminaron escapándosele palabras de consideración, y cercanías impensadas. Trató de mostrar a Rosas como su contracara, pero terminó evidenciando claramente su envidia a la inteligencia y capacidad de mando del Tirano . Sin embargo, y a pesar de todo esto, quiso hacer de su Facundo un elemento de persuasión y punto de partida de un nuevo país, y logro mucho más que eso: nos dejó un compromiso que aún no hemos cumplimentado. Por eso, Martínez Estrada decía que El problema nuestro sigue siendo, pues, el Problema Sarmiento, en su raíz, un problema de la conciencia de la nacionalidad tanto como de las cosas, un problema que no puede solucionarse _porque no puede satisfacerse a sí mismo_ con la estadística y menos con la contemplación del país como espectáculo. No hablaré aquí de mesianismo, eso lo reservo para el próximo arquetipo. Pero sí creo digno de notar que Sarmiento trabaja en el Facundo sobre un material que no existe. La Nación que él persigue no es un país sin Rosas y punto. Quiere otro país. A él le ha tocado una mujer muy bella, alta y con gracia de movimientos, pero esto no le importa. No repara en la belleza de su vastedad, sus trenzas negras y sus pies fríos. Nada más se detiene en su mente. La insulta. Dice quererla sólo si cambia su forma de ser. ¿Por qué se embarca en esta utopía? Además, ¿quiere ella ser rescatada de su condición de bárbara? Bueno, si ella pudiera analizar su condición ya no sería bárbara. Ella no entiende lo que Sarmiento le pide, y es lógico. Pero él tampoco advierte que pide un imposible. Quiere a su mujer con la mente fría de aquella que conoció en el norte, con sus pies calientes pisando centroamérica. Y, en cierta forma, ella se disfrazará de la otra (hasta el día de hoy), sólo por complacerlo. El problema es que hace tanto que usa ese disfraz, que ha entrado en una crisis de identidad. Al perder comunicación con su yo interior, terminó delirando una personalidad mentirosa. El disfraz que la mujer se cree es nuestra identidad nacional, esto representaría definirnos al menos de dos formas: como mitómanos, o como locos. El resto del mundo (en realidad, los pocos pueblos para quienes la palabra ARGENTINA significa un país determinado) está convencido de nuestra mitomanía. Creen que deliberadamente nos colocamos por encima del resto con un iluminismo discriminatorio. Aquí cabe recordar aquel chiste sobre cómo se suicida un argentino: se sube a lo alto de su ego y de ahí se tira. El mismo chiste también ha sido utilizado por los del interior del país para caracterizar a los porteños, y aquí está la clave de otro tema connivente con el anterior: ¿la imagen argentina la constituyen los porteños o el país en su conjunto? Pero ahora volvamos al otro tema: los demás nos catalogan de mitómanos, pero, ¿es realmente así? ¿Decididamente nos creemos el disfraz (es decir: la mentira de nuestra supremacía)? La otra opción sería la locura, o sea que en algún momento sobrecargamos nuestra mente y ésta colapsó disgregándose en los pedazos flotantes que hoy nos representarían. Esto equivale a que no tendríamos conciencia de nuestros actos y, por ende, que no seríamos responsables de nada. Si esto fuera así, no tendría sentido discutir sobre nuestra identidad salvo el de lamentarse inútilmente ante los despojos de un sueño inmaterializable, extinguido antes de nacer. Y aquí quiero ser bien claro, cuando digo identidad nacional no estoy hablando de un muerto. Sarmiento lo tenía claro en el siglo pasado, en parte porque era un soñador (como creía Borges: Sarmiento sigue soñándonos), pero principalmente porque fue un pragmático inigualable, un hacedor que siempre consideró a su proyecto de país como posible. Pero entonces, ¿es nuestra identidad comparable a un loco que no responde de sus actos? Definitivamente no. Somos conscientes de nuestro engreimiento; nos parece absurdo, pero de una forma u otra lo sostenemos. ¿Y de dónde nace nuestra imagen de engreídos? Bueno, para ver esto debemos volver a algo que cité más arriba. Hay una coincidencia notable entre lo que piensan de los argentinos en el exterior y lo que opinan de los porteños desde el interior. ¿Por qué? Para empezar a desentrañar este enigma tenemos que remitirnos a los últimos años de la colonia; por lo que vale la pena una pequeña digresión. Cuando Argentina todavía formaba parte del Virreinato del Río de la Plata, era un país inexplotado que vivía mayormente del comercio del suministro de mulas hacia un punto neurálgico de la colonia: las minas de Potosí. Existía un camino que atravesaba en diagonal (de noroeste a sudeste) el territorio nacional (por supuesto que descartando la Patagonia). A la vera de este camino se comercializaban las mulas. Lejos estábamos del país agropecuario que llegaríamos a ser: nuestros campos exhibían infinitos matorrales, y las vacas pastoreaban sin mayor molestia. En ese entonces, Buenos Aires no pasaba de una triste y casi despoblada aldea. Su puerto les quedaba lejos a los españoles. Pero cuando se produjo la Revolución de Mayo, el camino a Potosí quedó clausurado a causa de las luchas que se sucedieron en esa zona (que terminaron con la escisión de Bolivia y Paraguay). Entonces, al quedar sin efecto la principal fuente de subsistencia, el interior del país comienza a vivir una etapa negra, y aquel puerto precario y semiabandonado, adquiere un protagonismo inédito. Buenos Aires es ahora el portón de entrada al país. Al sellarse las fronteras con los dos Imperios (el del Brasil y el Español), la única vía de acceso y comunicación pasa a ser el puerto de Buenos Aires. Pensemos en el lugar estratégico, está justo en la desembocadura de los otros dos grandes ríos: el Paraná y el Uruguay, esto significa que todo el interior del país comienza a depender de estos soberbios dueños del puerto (los porteños) quienes se cobrarán, sin compasión, el ostracismo al que hab-ían sido relegados hasta ese momento. Esto que en principio fue estar ubicado en el lugar justo, terminó generando una relación (y abuso) de poder mediante un elemento nuevo y vampirezco: la Aduana. Ni siquiera ciudades antiquísimas como Santiago del Estero o Córdoba podían ante este nuevo agente de “progreso” y subsistencia nacional. Es de imaginar el recelo del sometido contra el sometedor. Además, el hecho de que todos los otros pueblos estuviesen bajo la dominación de Buenos Aires, contribuyó a que la intolerancia (que en su momento fue resistencia y lucha) traspusiera las generaciones. ¿Quiénes se creen que son éstos? ¿Qué los hace diferentes a nosotros? ¿Para qué queremos una revolución que al final termina sometiéndonos? En la densidad de estas preguntas radica la clave de la mala fama porteña. Y no es casualidad que la misma imagen y hasta recelo que tienen los del interior del país con los porteños, sea comparable a la del exterior (especialmente nuestros hermanos latinoamericanos) con el argentino. Es que interior y exterior se unen para repudiar una misma imagen. Aún hoy, el lugar donde se manejan las decisiones más importantes para el país (digamos: coparticipación federal, etc.), sigue siendo Buenos Aires, y esto es toda una señal. Pero, ¿a qué va todo esto? Estoy hablando de aquella mujer que se disfrazaba de otra para complacer esa idea “moderna” de Nación (en el sentido de progresista) que tenía Sarmiento. Sabíamos que la mujer era la Patria, ahora acabamos de ver la tela del disfraz. Porque de ese nido de desigualdades que era la Aduana, pasamos al segundo capítulo: la Buenos Aires Ilustrada. Comienza el auge del iluminismo que se centralizará en tres grandes nombres: Moreno (Plan Revolucionario de Operaciones), Sarmiento (Facundo) y Alberdi (Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina). Los pensadores viven en Buenos Aires (la mayoría sin ser porteños nativos), pero pergeñan mirando a Europa (principalmente Francia). Pero hay algo más, si bien Sarmiento (como los otros iluministas) extrae sus ideas mayormente de filósofos franceses, el país progresista modelo a que apunta es Estados Unidos. Él comparará a nuestros inexplotados ríos, que sólo son obstáculos para el libre y cansino deambular de los gauchos (bárbaros), con el inigualable Mississipí (el cual conoció en uno de sus viajes), fuente de raudo crecimiento en el país del norte. Sin embargo, este mismo río es hoy exponente y medida de uno de los más graves casos de contaminación ambiental en el mundo. Es decir, nosotros también contaminamos nuestros ríos (el Río de la Plata, por ejemplo), pero el haberlos imitado sólo en sus peores defectos, ¿nos asemeja a la cultura e idiosincrasia norteamericana? La profesora Emilse Cersósimo decía, en una de sus clases, que se ven marcadas dos posturas del hombre con respecto a la naturaleza (es decir, su madre): la primera, la de aquel que ha madurado y ya no depende de su mamá para vivir, se independizó y ha comenzado a retribuirle a ésta todo lo que ha hecho por él (ésta sería la postura ecologista); en cambio, en la segunda, se sitúa aquel que, ya pasada la edad del destete, aún no se independizó, y no sólo eso, sino que le exige a su madre que lo abastezca hasta el hartazgo, sin retribuirle absolutamente nada (ésta sería la postura del contaminador). Esta postura inmadura es la que ha esgrimido, desde su nacimiento, Estados Unidos. Si bien esto le ha servido para consolidar su hegemonía socioeconómica, ¿es éste el modelo a seguir para conformar nuestra identidad como pueblo? Creo que tanto la ecología como nuestro futuro rol en el mundo (nos hartamos de oír que somos la reserva del planeta), debe estar en la discusión actual del concepto y praxis de la identidad nacional argentina. En definitiva, ¿podía Sarmiento prever la potencia hegemónica en que se convertiría su modelo de país? La mujer se disfraza con un vestido francés que desentona con sus trenzas largas, pelo de china. Sarmiento al contemplarla queda hechizado, lo que en definitiva termina entorpeciendo el rescate que pensaba efectuar y contribuye a que la mujer no reconozca esas ropas como ajenas, sino más bien que se crea una princesa. Pero entonces, ¿qué tipo de héroe es Sarmiento si no logra su cometido? Bueno, es cierto que Sarmiento no logra su cometido, pero esto no le impide ser héroe. ¿Qué quiero decir con esto? Ya veremos. El Facundo es uno de los pilares fundacionales de la Literatura Argentina. De hecho, la obra no ha pasado inadvertida en nuestra historia. Pero, ¿por qué? Dije más arriba que el libro pugna por “otro país”; y, siendo así, ¿cómo es que ocupa tan importante lugar para nosotros? Hay un dato que me parece elemental y es que, tanto el Facundo como el Martín Fierro, representan nuestra identidad como pueblo. El tema es que, justamente, las dos obras son opuestas. Es decir que nuestra identidad es contradictoria. Ahora bien, ¿cuáles son los motivos por los que éstas y no otras obras nos representen? A mi juicio, la identidad nacional arranca luego de la Conquista Española, exactamente con el inicio del mestizaje. Aquí ya no eran los con-quistadores y colonos venidos de España, ni los primitivos habitantes de las tierras (se entiende que éstos vivían en sus comunidades, con sus propias y ancestrales costumbres —que muchos conservan hasta nuestros días—, y que no tienen nada que ver con nuestro ser nacional). Los gauchos, aquellos primeros mestizos, fueron los iniciadores de lo que hoy conocemos como identidad argentina. Ellos habían nacido en esta tierra, pero no eran aborígenes, no seguían sus raíces: tenían conciencia de que conformaban una nueva raza, y se sentían atados sólo al inconmensurable campo, su tierra natal. El gaucho es nuestro SER. Y ¿cuál es la obra más representativa de la épica gauchesca? Sin dudas, el Martín Fierro. Ninguno como él abarca tantos aspectos de la personalidad gaucha, mostrándonos, también, todo lo que nos parecemos a aquellos primeros argentinos. Y así parece confirmarlo el profesor Carlos Altamirano, cuando dice que definir al Martín Fierro como obra épica o “poema nacional” no significaba únicamente atribuirle, con arreglo a ciertas convenciones, un determinado estatuto genérico al texto de Hernández. Era también afirmar una identidad nacional, cuyos títulos de legitimidad se encontraban en el pasado (ahí estaba la epopeya para testificarlo), pero que proyectaba sobre el presente su significado . Pero aquí no acaba nuestra identidad. Podríamos denominar al gaucho como nuestra PRIMERA IDENTIDAD. Con las corrientes inmigratorias a partir de la segunda mitad del siglo XIX, comienza nuestra SEGUNDA IDENTIDAD. El país empieza a tomar la estructura e ideologías actuales. Y ¿qué responsabilidad tiene Sarmiento y su proyecto en esta nueva identidad? Creo yo que le cabe la máxima responsabilidad. Principalmente, por haber instaurado una nueva conciencia: el PODER SER . Este nuevo elemento introduce una nueva identidad (o podríamos llamarle: el segundo polo de la identidad nacional), totalmente opuesta a la identidad anterior (la del SER). La ambición desmesurada de este PODER SER con respecto al SER, es el fundamento de nuestra identidad contradictoria. Avanzamos del SER, pero nunca llegamos (ni llegaremos) al PODER SER. La muchacha se ha esforzado para desligarse de su SER, disfrazándose de PODER SER. Todo el mundo advierte que es un disfraz, menos ella, que de tanto usarlo se lo ha creído. Ahora, supongamos que se me objeta que, de existir como yo digo la contradicción, toda América (a excepción de Estados Unidos) se encontraría en nuestra misma situación. Y, en cierto modo, es cierto, pero para nada contradice lo que estoy diciendo. Los otros pueblos (nuestros “hermanos” de Latinoamérica), también partieron de un SER y adoptaron un PODER SER. Pero, en ninguno de los casos, el PODER SER ha sido tan ambicioso como el nuestro. Además, hay otra cuestión: nuestro PODER SER no parte del SER propio, nacional, sino de uno importado. Y cuanto más ajeno el PODER SER, más contra-dictoria nuestra identidad. Osvaldo Soriano decía que los argentinos somos un pueblo cómico y que todo el mundo nos ve de esa forma, salvo nosotros, que nos creemos serios. Vivimos nuestra propia realidad a la manera del Quijote, y como él nos enojamos si nos dicen lo que somos, es decir, la verdad. Nosotros, al igual que el Caballero de la Triste Figura, buscamos resucitar una realidad que nunca existió, creyéndola tangible e inmejorable. Pero todo esto no significa que seamos gauchos que nos creemos gentlemen. Si esto sucediera, entonces nada de lo ocurrido desde el naci-miento del primer mestizo argentino hasta ahora nos habría modificado, y esto es mentira. Seguramente nuestro lugar se encuentra en algún tramo de la distancia que separa al gaucho del gentleman. Pero una cosa es lo que somos, y otra, muy distinta, lo que nos creemos. Entonces, si el Facundo es capaz de proyectar esa imagen de país en un presente donde soñar se penaba con la refalosa, es más que notorio el mérito que le cabe. Y si dijimos que la obra termina pintándonos la imagen de su creador a través de sus personajes, es a él a quien debemos esta identidad de la era moderna. Él nos ha rescatado. No digo que nuestro presente sea mejor ni peor, sino que en gran parte se lo debemos a Sarmiento. PERSONA
En este último arquetipo trataré (lo más brevemente posible) las distintas ideologías que adopta Sarmiento a lo largo del Facundo, y en que medida lo definen. Para empezar, digamos que son varias las posturas ideológicas: determinismo, historicismo romántico, iluminismo, positivismo, mesianismo, maniqueísmo, no obstante, en la mente de Sarmiento están estrecha y coherentemente relacionadas, es decir que no se contradicen entre ellas, aunque hay una que se autocontradice, y se evidencia en distintos pasajes de la obra. Determinismo : Es la idea de que todo hecho es consecuencia de una “determinada” causa, es decir que si se da la causa, inevitablemente el citado hecho ocurrirá. Sarmiento recurre constantemente a esta concepción fatalista de los hechos. Veíamos anteriormente cómo concebía a la barbarie como consecuencia de una determinada geografía (la llanura). O cómo, de alguna manera, justifica la barbarie en Quiroga y Rosas, debido a sus naturalezas gauchas. También el licenciado Feinmann habla de dos determinismos contrapuestos debido a que al determinismo mecánico e inerte de las campañas (es decir los dos que nombré anteriormente) se opone el determinismo cultural e histórico de las ciudades (a causa de que, según Sarmiento, la Revolución de Mayo se produjo por el movimiento de las ideas europeas en nuestras ciudades, claro que principalmente en Buenos Aires). Sin embargo, este recurso tan usado por el autor, falla claramente en algunos pasajes de la obra. Estos desencuentros son analizados por Noé Jitrik , quien se detiene en dos episodios: el primero, cuando Sarmiento se pregunta, refiriéndose a Quiroga, que cómo alguien salido de un hogar decente, con un padre acomodado y virtuoso, se convertía en un “gañán” (patán), fallando, dadas las premisas, la correspondiente conclusión (es decir, si los padres son buena gente, aplicando el determinismo, el hijo debería haber sido un pacífico y útil ciudadano); el segundo, cuando define a Rosas como hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él, donde la consecuencia vuelve a contradecir a la causa. En definitiva, lo que quiero decir es que si somos deterministas, sostengámoslo siempre, porque el determinismo, a mi entender, se cumple para todo, o no se cumple. Historicismo Romántico: El concepto es similar al determinismo, sólo que en el historicismo son los hechos históricos los que suceden de acuerdo a un ciclo cerrado en el que éstos se repiten. Si seguimos el razonamiento, la gran diferencia con el anterior es que dado un acontecimiento, si es cierto que los hechos conforman un ciclo que siempre se repite, podríamos predecir lo que sucederá en el futuro. Sin embargo, Sarmiento va todavía más allá en la idea, influenciado por los románticos Chateaubriand y Walter Scott (que exaltaban el clasicismo) y los trabajos historiográfico-filosóficos de Cousin y Guizot, creía que el proceso desatado en Francia no era casualidad, sino una vuelta a los valores clásicos, y que entonces no era descabellado que el cambio sucediese también en nuestro país, no por méritos propios sino por una simple consecuencia histórica y evolutiva. Aunque, para que esto sucediera aquí, tenían que cambiar las condiciones sociales. Pero esto no era mayor problema, porque seguramente se modificarían debido a que, de acuerdo al historicismo, no se puede escapar al ciclo de la historia. Iluminismo : Esta corriente es básicamente pragmática, y el justificativo de la acción es que a mi causa la considero causa de muchos y actúo en consecuencia, sin importarme si mi representatividad es real o no. Cuando, en un sistema democrático, una minoría se cree iluminada y toma decisiones por los demás, transforma su acción en golpismo. Pero, si el gobierno es tiránico (como era el caso del régimen rosista), entonces el iluminismo se convierte en re-sistencia. Sarmiento no es el iniciador del iluminismo en Argentina, pero no escapa al grupo ilustrado, lectores de Rousseau, Lamartine y Condillac, entre otros. Él pensaba que tenía la verdad, y que era hora de actuar para llevar adelante el plan que todos deseaban que se efectuase. El problema es que “todos” eran solamente el grupo de ilustrados ansiosos de cambiar la historia. Esto lo vemos en el Facundo cuando se dice que Buenos Aires es culta, siendo sólo la citada minoría los únicos cultos. Pero si ellos eran cultos, entonces Buenos Aires lo era, porque Buenos Aires eran ellos. Notemos que, el iluminismo, se contrapone al historicismo en el sentido que considera a la historia como el mero inventario de los hechos que realizan los hombres como ellos. Pero entonces, ¿cómo es que Sarmiento profesaba las dos ideologías contrapuestas? Lo que ocurre es que su historicismo es a futuro, sabe que tarde o temprano llegará, y su iluminismo es para contribuir a las condiciones favorables para que los hechos sucedan lo más pronto posible. Positivismo : Esta ideología destaca lo positivo, es decir lo verdadero, lo real, se fundamenta en lo empírico y no acepta ninguna noción a priori. Además, entiende que todo es comprobable científicamente. ¿Y qué es lo verdadero para Sarmiento? Su proyecto de país. Pero, según el positivismo, para que algo sea verdadero, ¿no tenía que estar comprobado por la experiencia? Y lo estaba, en Europa. Que se implementara aquí era una cuestión de detalles de pertinencias, para lo que había que hacer algunas modificaciones en el plano político y social. Como vemos esta ideología se articula junto con las otras. Interactúan en la mente de Sarmiento persiguiendo el mismo fin, y esto sucede porque él se da un lugar entre los protagonistas de la historia. Ahora veremos por qué. Mesianismo : Esta denominación viene de Mesías, que significa salvador, guía. Hay una misión por cumplir (por ejemplo, transformar y salvar la República), y si veo claro la urgencia de esa misión y me imagino cómo llevarla a cabo, debe ser porque soy el hombre elegido para cumplirla. Nadie más que yo. Es más, el darme cuenta me crea una obligación moral y espiritual que no puedo desatender. El Facundo trata de tres mesiánicos: el general Quiroga, el Tirano Rosas, y el mismo Sarmiento. Cada uno de ellos visualizó una misión que debía llevar a cabo y no dudó en emprenderla. Podríamos decir que a Facundo lo guió la intuición, en cambio a Rosas (creo yo que al igual que a Sarmiento) la ambición de poder. Sarmiento no era distinto a Rosas en cuanto a las ambiciones de manejar todo, estar al mando de la Nación, llevarla de las narices hacia donde él creía que debía ir. El mesianismo se asemeja al iluminismo en el sentido de ejecutar una idea, salvo que personaliza, mistifica, instaura un vocare de la conciencia, un llamado a ser protagonista, una misión. En cierta forma podría considerarse al mesianismo en Sarmiento, como el fundamento de su iluminismo. Él podrá llevar adelante las ideas revolucionarias porque es un elegido. Maniqueísmo : Manes fue un líder religioso (a sus seguidores se los llamaba maniqueos) que admitía dos principios creadores, uno para el bien y otro para el mal. Todo razonamiento que se base en una dicotomía de este tipo (bien-mal) se denomina maniqueísta. Ahora, ¿por qué creo que Sarmiento era maniqueísta? El autor del Facundo desde el título de la obra (Civilización y Barbarie) propone una dicotomía en la que tomará partido por una de las partes, transformándola en el bien absoluto, y defenestrando a la restante, relegándola al lugar del mal. Sarmiento no admite la posibilidad de libre elección del lector: la obra representa la exégesis de la parte Civilización por medio del rechazo acérrimo hacia la parte Barbarie. Esta ideología se relaciona con las anteriores, debido a que fundamenta su accionar en que la parte del mal de su dicotomía se ha adueñado del país, y es lo que hay que eliminar. Aquí acabamos de ver como estas seis ideologías conforman seis máscaras de un mismo personaje. Asimismo notemos que, a pesar de su instrucción autodidacta, sus posturas ideológicas estaban al nivel de los altos eruditos de su época. Pero apenas le alcanzaron para ocultar su cara original, la verdadera cara de su naturaleza.
PALABRAS FINALES En la totalidad de la obra, uno no puede dejar de sustraerse por la voz del creador. Con sus palabras de arcilla sarmientina, ha modelado dos caudillos, a quienes bautiza con dos nombres conocidos. Las características más salientes de estas dos criaturas se asemejan a las de los verdaderos personajes pero, en determinado momento, muestran su verdadera piel. Estas criaturas habitan en un escenario rural (por supuesto, construido con el mismo material sentencioso). Pero, en lo que sólo había de ser una simple ambientación, las combinaciones de palabras comenzaron a sonar distinto. Lo que debía sonar AJENO sonó ÍNTIMO, y ya todo se trastocó. Las dos criaturas junto al escenario se fundieron en una argamasa destellante, dispuesta a parir las preguntas infinitas que aún nos envuelven. Desde aquella primera explosión (cuyos ecos hoy resuenan, si se lee la obra en voz alta), el texto, informe y caótico, ha ido conformando, a medida que se lo ha abordado durante todos estos años, un singular mosaico. Éste, si uno se aleja lo suficiente, configura una cara familiar pero, que aun hoy, no distinguimos de quién se trata. La leyenda dice que, en el momento en que se la identifique, acontecerá un gran cambio. Algunos, cuyos nombres he decidido olvidar, dicen que aquel rostro es el nuestro.