sábado, 15 de diciembre de 2012

MI DISCURSO DE ESTE AÑO PARA LOS EGRESADOS DEL QUINQUELA 2012 SRES. DIRECTIVOS, DOCENTES, PADRES, ALUMNOS. Este camino ha terminado. Hay señales inequívocas que así lo confir-man. Es un momento de incertidumbre, de ansiedad, de temor; también quizá de tristeza al ver lo que han dejado atrás. Pero las dudas se disiparán rápidamente cuando noten que el camino se ha transformado en otro, dis-tinto, más acorde a sus nuevas etapas, deseos y sueños. Cada familia sabe lo que ha costado este tramo en que nuestra escuela los ha acompañado. Ahora es el momento de tomar otras responsabilidades y decisiones que afectarán directamente su futuro. Son elecciones que deben tomar con la tranquilidad de que nada es definitivo y que no es una tragedia si se equivocan, porque lo importante es hacer el intento y no dejar nunca de soñar. A partir de ahora el tiempo y las etapas parecen correr más rapidamen-te, todo se acelera y uno entra en una vorágine de cambios que, casi sin darse cuenta, los transformarán en adultos, quizá en profesionales y padres. Por eso, en este último momento ligado a su vida escolar, sus profesores desear-íamos que valoraran esta etapa de aprendizaje como una guía para sus futu-ras decisiones, como ejemplo de enseñanza en todos los niveles, tanto académico como de ser humano. Recuerden lo que les dejó cada uno, revisen lo que se llevan de esta experiencia que empezó en su niñez más absoluta y los deja en la puerta de su juventud. Porque cada uno de esos consejos, anécdotas, recuerdos son las herramientas con las que podrán hacerle frente a las nuevas experiencias que los esperan. Confíen siempre en ustedes porque tienen la capacidad suficiente, nun-ca se crean menos. Los tiempos no son los mismos para todas las personas y si algo les lleva más tiempo que a otros, no por eso han fracasado, al contra-rio, se han impuesto a las dificultades. Que la adversidad no los venza, que los retemple, que los haga más y más fuertes, como el hierro martillado una y otra vez por el herrero; porque ese esfuerzo nunca es en vano. Les deseamos lo mejor en este nuevo camino que han emprendido y es-taremos siempre que nos necesiten. Muchas gracias. Javier Guillermo Avila.

sábado, 3 de noviembre de 2012

FACUNDO CABRAL, un maestro a quien descubrí gracias a mi tío Osvaldo. Gracias a los dos, que ahora deberán estar filosofando en el cielo...
"Bienaventurado el que sabe que compartir un dolor es dividirlo y compartir una alegría es multiplicarla" Facundo Cabral
"Me gusta andar pero no sigo el camino, pues lo seguro ya no tiene misterio" Facundo Cabral
"Doy la cara al enemigo, la espalda al buen comentario, porque el que acepta un halago empieza a ser dominado; el hombre le hace caricias al caballo pa' montarlo" Facundo Cabral
"Sólo debes hacer lo que amas" Facundo Cabral
"La sociedad humana está mal, tanto por la fechorías de los malos, como por el silencio cómplice de los buenos" Facundo Cabral
"Cada mañana es una buena noticia, cada niño que nace es una buena noticia, cada hombre justo es una buena noticia, cada cantor es una buena noticia, porque cada cantor es un soldado menos" Facundo Cabral
"Solamente lo barato se compra con el dinero" Facundo Cabral
"La pobreza no es una virtud, salvo que favorezca tu libertad" Facundo Cabral
"Escapa de los que compran lo que no necesitan, con dinero que no tienen, para agradar a gente que no vale la pena" Facundo Cabral
"Bienaventurado el que no cambia el sueño de su vida por el pan de cada día" Facundo Cabral

jueves, 11 de octubre de 2012

EL LUGAR EXACTO DEL ASESINATO DE JULIO CESAR
CULTURA | INTERNACIONAL Arqueólogos hallaron la capilla donde apuñalaron a Julio CésarMiércoles 10 de Octubre de 2012 | 16:49 La Torre Argentina de Roma fue, según anunció el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el lugar exacto en el que fue apuñalado Julio César en el año 44 antes de Cristo. "Varios textos romanos antiguos describen el asesinato de Julio César en la Curia de Pompeyo de Roma", explica la nota, según publica el portal del diario español El Mundo."Un hecho, fruto del complot de un grupo de senadores para eliminar al general, que desembocaría en la formación del segundo triunvirato y en el estallido final de las guerras civiles", agregan.Ahora, 2.056 años después, una estructura de hormigón de tres metros de ancho por más de dos de alto colocada por orden de Augusto, hijo adoptivo y sucesor de Julio César, para condenar el asesinato de su padre, dio la clave a los científicos.Este hallazgo confirma que el general fue apuñalado justo en el centro del fondo de la Curia de Pompeyo, mientras presidía, sentado en una silla, la reunión del Senado".

miércoles, 12 de septiembre de 2012

ASESINOS
El origen del arquetipo llamado “sombra” en el modelo de individuación ideado por Jung, se debe a lo que negamos de nosotros mismos y le atribuimos a los demás: Si algo no me gusta, juego a que eso no existe, pero como tengo miedo que, en el momento en que yo menos me lo espere, aflore y me descubra, empiezo a condenarlo en los otros. Schopenhauer decía que si uno había vivido toda una vida de santidad pero, en el último día, mataba a alguien, era un asesino (nosotros, como sociedad, jamás nos preguntamos por la vida de un asesino anterior al hecho). Su vida se había convertido en el tiempo que tenía que transcurrir hasta cumplimentar su destino, por lo que concluía (Schopenhauer) que el carácter era innato. Pero, pensemos en lo que este último ejemplo puede connotar : yo no sé si terminaré mi vida siendo (o no) un asesino. Y esto, ¿es posible? La proposición típica se refiere a que si alguien amenaza o directamente acaba de matar a un ser muy querido (quizás un hijo) y uno tiene la posibilidad de ultimar al asesino, ¿lo haría? El hecho de matar a alguien ¿lo convierte a uno en un asesino, más allá de los atenuantes (en defensa propia, etc.) que, justa y legalmente, pudieran presentarse? Supongamos que la respuesta es no, que yo al matar al asesino no me convierto en un criminal (con toda la connotación de ilegal y enemigo de la sociedad que esta palabra tiene), debido a que puedo tener causas que me justifiquen socialmente (no sólo la citada defensa propia, o emoción violenta, sino otras más altruistas como, por ejemplo, quitarle un mal a la sociedad, alguien inhumano e irrecuperable que es un peligro latente para los demás individuos, etc., mediante la pena de muerte). Aceptando como ciertas estas apreciaciones, aun así, hay algo que está pasando inadvertido. Obviemos el tema de si merece o no morir, ¿qué diferencia hay, de hecho, entre una muerte y la otra? Se ha asesinado a un niño que no podía defenderse, se ha asesinado a un criminal que no podía defenderse (pena de muerte). No había una razón para matar al chico (no era razonable), pero sí la tenemos para matar al reo: ésta es la gran diferencia. Es decir: si hay una razón que lo justifique, podemos matar. Matamos legalmente. De acuerdo. Ahora, de nuevo la pregunta: el hecho (legal o no) de matar ¿no nos convierte en asesinos? ¿Qué es ser un asesino? Diccionario : Asesino viene del árabe hassasin que quiere decir: consumidor de hasis. Asesinos eran los miembros de una secta religiosa que tenía por costumbre consumir este narcótico. Pero, como se imaginarán, estos fanáticos no cobraron notoriedad únicamente por este hecho. Su prueba de ingreso a la secta consistía en matar a una persona que el jefe le asignaba. Es decir, no mataban a cualquiera, sino a quien, premeditadamente, se les indicaba. Y esto coincide con la definición de asesinar : matar con premeditación o alevosamente. ¿Hay alguna duda sobre la premeditación y alevosía en la ejecución de un reo? A lo que quiero llegar no es a un mero prurito semántico, sino a que, más allá de las justificaciones, seamos conscientes de lo cruelmente instintivo que es asesinar pero, en especial, cuán latente puede estar en todo ser humano. Si asumimos esta postura trasladaremos el eje de la discusión por afuera de toda ética, pero sincerados, sin duda más humanos y falibles que lo que puede mostrarnos cualquier teoría de la convivencia (por más dura lex que prometiese ser). ¿Y es peligroso salirse de la ética ? Muchos podrían alegar que, generalmente, cuando esto pasa se incurre en delito. Ahora bien, ¿quién ha trazado a través de los siglos el perfil ético humano ? Quién más sino el mismo hombre. ¿Es entonces la ética una represión del hombre a sus propios instintos ? Sobre esto no tengo la menor duda. La mayoría de lo considerado instintivo se juzga impropio para vivir en sociedad y se castiga de manera ejemplar . Todas las reformas ejecutadas a códigos legales ejemplares (como el Derecho Romano), son complejas adaptaciones de cada pueblo a lo considerado no lesivo para su sociedad, es decir lo no instintivo, lo permitido. El hombre (como especie) tiene instintos naturales cuya exposición es peligrosa para la convivencia social. Es por eso que los reprimimos. Creamos normas que traban el paso del deseo a la acción. Esas normas están contenidas en el Código Penal. Hay deseos de posesión que reprimimos (sexual : violación ; mobiliaria : robo ; inmobiliaria : usurpación), deseos destructivos que reprimimos (hacia uno mismo : suicidio ; hacia los demás : asesinato), deseos de engaño (sexual : adulterio, económico : estafa), y muchos otros. Es decir, la represión legal existe porque existe el deseo. Una conclusión derivada de la afirmación anterior expresaría que si eliminamos la represión, el deseo se desata. O sea, que la ley no sólo estaría para reprimir los excesos (delitos), sino para prevenir o amedrentar, quizá mediante la exhibición de la dureza de las penas, a posibles futuros delincuentes. Sin embargo, ¿es así ? Los delincuentes, ¿piensan en la pena que les correspondería antes de cometer un delito ? Este es un tema. El otro sería plantear la primera afirmación reformulada : ¿Podría ser que la represión (creada para accionar sobre el deseo delictivo) termine generando deseo ? Veamos. No creo que haya algo más atractivo que lo prohibido. La condición de oculto, sugerido quizás, despierta ansias de una primogénita posesión, que es lo que nos lleva a descubrir cosas. Queremos ver que hay detrás de ese manto semitransparente. Afinamos un poco más la vista, pero no ; si queremos ver qué es lo que esas sensuales formas insinúan, hay que traspasar los límites. Hagámoslo más claro : todos somos potenciales delincuentes. Si la ley es el dictado de la represión de nuestros instintos, todos somos posibles transgresores de ésta. Pero ésto no significa que no nos desatamos por miedo a la ley, como bien podría creerse. Generalmente convivimos con sobreentendidos de lo que está bien. Nadie le va a preguntar al otro si está bien o mal que le robe la billetera. Todos sobreentendemos lo que se puede hacer y lo que no (salvo que padezcamos un problema mental que no nos permita diferenciar el bien y el mal, como es el caso de la psicopatía). Es decir, no consultamos el Código para saber si lo que vamos a hacer está bien o no. Por la misma razón, se desprende que no actuamos o dejamos de hacerlo por temor a la letra legal. Lo hacemos evaluando automáticamente de acuerdo a como fuimos programados desde chicos. Ésto es el sentido común : un gran sobreentendido que, en mayor o menor medida, compartimos con nuestros compañeros de especie.

martes, 11 de septiembre de 2012

APUNTES PARA UNA HERMENÉUTICA ARGENTINA
"Porque en realidad no propongo una solución a la problemática sarmien-tina, ya que su valor genuino está en que no puede ni debe ser resuelta, fi-niquitada, muerta, sino utilizada a lo largo del tiempo como hipótesis de trabajo, como suscitador de respuestas, como un bisturí que jamás se em-bota y que hiere y cura lo más sensible de nuestro amor al país". Ezequiel Martínez Estrada.
INTRODUCCIÓN La intención del presente trabajo es la de analizar el “Facundo, Civilización y Barbarie” desde la Hermenéutica, tomando en cuenta la Teoría de Jung sobre los arquetipos en el inconsciente colectivo. Antes de comenzar con el desarrollo del análisis del libro de Sarmiento, creo necesario hablar brevemente sobre la techné, es decir las herramientas que nos permitirán llevar adelante dicho análisis. Los arquetipos son cuatro: Sombra, Ánima, Ánimus y Persona. Dichos elementos conforman un círculo cuyo centro es el sí mismo. Si este último se concretiza —es decir, si se cumplimentan los cuatro arquetipos—, se produce lo que Jung denomina “proceso de individuación”. El inconsciente colectivo es la memoria de la especie humana en un individuo, manifestada justamente en los mencionados arquetipos. De este modo, tenemos que los cuatro elementos mostrarán, no sólo nuestras características particulares, sino también la medida en que tales rasgos nos ligan a la especie. A continuación, una breve reseña acerca de cada uno de los Arquetipos : Sombra: es la proyección de nuestras tendencias inconscientes en otras personas. Generalmente nuestra personalidad ocupa el lado opuesto o antagónico al de la sombra. Esta puede simbolizar tanto una escasez que tenemos que superar, como algo de nuestra vida que deberíamos aceptar. Ánima: es la personificación de todas las tendencias psicológicas femeninas en la psique de un hombre (sospechas proféticas, captación de lo irracional, sensibilidad para la naturaleza, etc.). El carácter del Ánima de un hombre adquiere generalmente la forma de la madre. Es, por ende, el medio por el que se transmiten los mensajes vitales del sí mismo. Ánimus: es la contraparte del Ánima, sólo que en la mujer. Así como en el hombre el carácter del Ánima se lo da la madre, el del Ánimus está influido por el padre de la mujer. Se manifiesta en las cualidades masculinas tales como el arrojo, la iniciativa, sabiduría espiritual, etc. Está conformado, también, por aquellas convicciones inalterables que le ha inculcado el padre en su infancia. Persona: es la máscara o el rol que tomamos para desenvolvernos ante distintas circunstancias de la vida. Es la cara visible, pero no la única. En ella se manifiestan los demás arquetipos por medio de símbolos Jung halla los arquetipos en un individuo mediante la exploración de los símbolos (imágenes) que aparecen en el mundo onírico del paciente. Al ser los símbolos “universales”, llega al arquetipo particular que se encuentra en conflicto. Bueno, ahora la pregunta sería: ¿Qué tiene que ver esta teoría de tinte psicoanalítico con un análisis literario y, específicamente, con el Facundo de Sarmiento? Tomemos como un hecho que ignoramos (por convicción o simple desconocimiento) la sentencia de Goethe: “todo es símbolo”, es decir que todo refiere a otra cosa, y dudáramos sobre la compatibilidad de un estudio del inconsciente colectivo en un individuo con un análisis crítico-literario. Bueno, en ese caso, tendríamos que ver si este método realmente funciona y, si es así, de qué manera se instrumenta. Uno de los modelos que utilizó Jung para graficar cómo el individuo apela al inconsciente colectivo para comunicar sus mensajes más herméticos, fue el modelo de los cuentos de hadas. En éstos aparecen ciertos símbolos que se han repetido en diferentes culturas y en distintos momentos de la historia de los pueblos, tales como el castillo o la morada (la mente), el sótano o el arcón (el inconsciente), el héroe o el antihéroe (el ánimus), la princesa a rescatar (el ánima), etc. A través del estudio de los símbolos que aparezcan, se puede desentrañar el mensaje subliminar inserto en el cuento. Pero dicho mensaje no sólo tendrá el valor de un código descifrado, sino otro mucho más significativo. Debido a que los símbolos poseen un carácter universal, si develamos el mensaje intrínseco no será el del autor del cuento analizado como simple narrador, sino como integrante de su especie. Es decir, que la significación del mensaje llega hasta nosotros debido a que manejamos un código simbólico en nuestro inconsciente, y esto es así porque pertenecemos a una misma especie, la humana. Es por eso que a través del análisis simbológico llegamos al mensaje oculto (hermético) de un individuo, y a través de él, al de la especie, situado en la memoria almacenada en su inconsciente colectivo. En el análisis hermenéutico de un texto se toma en cuenta, predominantemente, la interacción creador-criatura. El sí mismo del creador indefectiblemente aparecerá en su criatura, pero no podremos verlo sino a través de determinados símbolos que aparecerán semiocultos en el texto. Este sí mismo nos hablará del creador, pero también de algunos símbolos comunes a su especie. Esta es la razón por la que creo que este tipo de análisis puede funcionar mejor que otros (quizá más cientificistas, o filológicos). ¿Puede haber una semántica más específica que la que llega a los mensajes herméticos de un individuo y, a través de él, a los de la propia especie humana? Creo que no. Alguna vez dijo Georg Gadamer que la tarea de la hermenéutica era tender un puente sobre la distancia de espíritu a espíritu. Si esto es así, quizá esta disciplina contribuya a disminuir el abismo que hemos construido entre nosotros y que seguimos alimentando a través de competencias absurdamente salvajes y autodestructivas, prestando atención sólo a lo que nos diferencia e ignorando (como peligroso) lo que nos une.
ANÁLISIS HERMENÉUTICO DEL “FACUNDO” El “Facundo, Civilización y Barbarie” es un texto ideal para un análisis hermenéutico debido, principalmente, a tres razones: Las circunstancias en que fue escrito (exilio), el estilo (pasional y comprometido) y, fundamentalmente, la forma (no es enteramente una biografía, un ensayo, una novela, un elemento propagandístico, o un programa de gobierno; sino una integración muy original de todos estos géneros). Las dos primeras razones (las circunstancias y el estilo) facilitan el hallazgo de elementos muy caros al carácter y al ethos de Sarmiento; la tercera (la forma), hace casi imposible un análisis semántico (al menos, uno que cubra todas las esferas), debido al carácter plurigenérico anteriormente citado. A continuación, el desarrollo de cada uno de los cuatro Arquetipos, determinados por la relación creador-criatura instalada en la obra. SOMBRA
Dos son las sombras que acechan a Sarmiento en esta obra: Los generales Juan Facundo Quiroga y Juan Manuel Ortiz de Rozas. Estos dos personajes trascienden el mero relato histórico, para transformarse en una negación (el primero) y una escasez (el segundo) del propio autor. ¿Cómo se explica esto? Ahora veremos. * Quiroga: Lo llamaban El tigre de los llanos, y Sarmiento utiliza la anécdota del tigre en el desierto para marcar la similitud que ubica a Facundo del lado salvaje, es decir, personificando a la barbarie, lo irracional, el impulso, lo natural. Pero Quiroga era ante todo un caudillo, y ¿qué es un caudillo para Sarmiento? : “(...) un caudillo que encabeza un gran movimiento social, no es más que el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada de su historia.” Es decir, Facundo es el reflejo del pueblo, ese mismo del que Sarmiento forma parte. ¿Y por qué es importante el detalle de que Sarmiento obvie citarse como un integrante más del pueblo bárbaro reflejado en sus caudillos? Porque si así lo hiciera, asumiría su propia barbarie. Y aquí aparece la negación a la que aludía hace un momento. Sarmiento compara al gaucho (hijo de español e india; en definitiva, la porción mayoritaria de la Argentina a mediados del siglo XIX) con las tribus árabes, las cuales sí tenían una organización social, pero eran nómades. Es decir, un grave atentado contra la civilización y el progreso: “(...) porque no puede haber progreso sin la posesión permanente del suelo”. Y esta comparación la sustenta en que la geografía común (la llanura) en la que les ha tocado nacer tanto al árabe, como al gaucho y aún a los mohicanos, ha sido el motivo de su barbarie. Este pensamiento responde a una corriente ideológica llamada “determinismo”, en la que se cree a los hechos como consecuencias de premisas ya estipuladas e inmodificables. Así, el gaucho galopa despreocupadamente por las llanuras, y Sarmiento asocia: “Ya la vida pastoril nos vuelve, impensadamente, a traer a la imaginación el recuerdo del Asia, cuyas llanuras nos imaginamos siempre cubiertas, aquí y allá, de las tiendas del calmuco, del cosaco o del árabe. La vida primitiva de los pueblos, la vida eminentemente bárbara y estacionaria, la vida de Abraham, que es la del beduino de hoy, asoma en los campos argentinos, aunque modificada por la civilización de un modo extraño.” Esto lo llevará a una nueva y fundamental comparación dentro de lo que es su concepción de país: ¿Cómo se ha superado la barbarie india en Norteamérica? Con inmigración y, una de sus consecuencias, el progreso. Esta misma fórmula tiene que arrasar la barbarie argentina. ¿Cómo civilizamos a los gauchos? Mezclándole la sangre con europeos progresistas que pueblen las llanuras en donde los gauchos vagan, transformándolas en ciudades para que, de esta forma, al cambiarles el hábitat (ya que éste es el que “determina” al individuo), cambien inevitablemente sus costumbres. Él se ve afuera de esta realidad. Nada más ajeno a Sarmiento (y a la Nación que pergeña) que un pueblo gaucho, comparable a aquellos árabes bárbaros, incivilizados. Sin embargo, él mismo (por parte de la familia materna) desciende de los árabes. Su madre (Doña Paula Albarracín), la persona que más ha influido en su vida, es en realidad: Paula Al-Ben-Razín. Como vemos, hasta en estos mínimos detalles, Sarmiento no asume algo latente, vivo dentro de su ser. Sangre árabe corre salvajemente por sus venas argentinas. Negar la barbarie es negarse a sí mismo; y es por eso que Facundo, el máximo exponente de esa barbarie tan nuestra, se transforma en su negación, en una de sus sombras: “(...) porque en Facundo Quiroga no veo un caudillo simplemente, sino una manifestación de la vida argentina, tal como la han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno(...)”. * Rosas: Para entender cómo este personaje singular en la historia de nuestro pueblo se transforma en sombra del autor, podríamos comenzar con la Introducción de la obra. Aquí Sarmiento es más que claro con respecto a lo que piensa sobre Rosas y lo que lo diferencia a éste último de Quiroga, que es justamente lo que lo constituye en sombra del autor: “Facundo, provinciano bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él; por Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo. Tirano sin rival hoy en la tierra.” Pensemos en lo que este párrafo puede implicar. ¿Qué diferencia a estos dos caudillos en tanto movilizadores sociales? Los dos tienen carisma, pero Facundo lo ha impuesto por la fuerza, “con el terror de su nombre”. Y esa misma fuerza lo ha derrotado: “El orgullo y el terrorismo, los dos grandes móviles de su elevación, lo llevan, maniatado, a la sangrienta catástrofe que debe terminar su vida.” En cambio, ¿qué es lo que sostiene a Rosas? ¿Su nombre? ¿Su fuerza? Algo mucho más importante: su enorme capacidad de conducción. Rosas es un líder nato. Es un cerebro privilegiado que ha sabido captar lo que se cocinaba en el país y cuáles eran los ingredientes que tenía que utilizar y cuáles que rechazar. Se ha deshecho, entre otros, de Maza, Facundo, Estanislao López, Lavalle, y hasta del general Paz. Sus mayores detractores están exiliados e impotentes. Es obvio que su muñeca política es una de las más acei-tadas de todos los tiempos. Sarmiento lo sabe, o mucho más que eso: lo siente como un empacho en el alma. Algo que no digerirá nunca. Quizás nos ilustren mejor sus propias palabras, cerca del final de la obra: “¡Rosas!, ¡Rosas!, ¡Rosas!, ¡me prosterno y humillo ante tu poderosa inteligencia! ¡Sois grande como el Plata, como los Andes! ¡Sólo tú has comprendido cuán despreciable es la especie humana, sus libertades, su ciencia y su orgullo! ¡Pisoteadla! (...)” . ÁNIMA
A lo largo de la obra de Sarmiento tomamos contacto con objetos muy caros a sus sentimientos que se repiten, algunos, en la totalidad de sus escritos: la madre, la patria. En el Facundo, su madre aparece a través de las múltiples referencias al mundo árabe (relacionado directamente con su linaje materno). Pero, a pesar de que es “la patria” la que nos interesa, debido a que tomará un rol protagónico como elemento femenino arraigado en el autor y en la obra que nos ocupa, veremos que, tanto la madre como la patria, no son incompatibles, sino todo lo contrario. La razón es que se constituyen en dos referentes de un mismo objeto de deseo, al quedar unidos (estos dos conceptos de patria y madre) en uno de los dos símbolos tópicos de la obra: la barbarie. Según el diccionario de Cirlot , los símbolos de la madre presentan una ambivalencia notable; la madre aparece como imagen de la naturaleza e inversamente; la madre terrible, como sentido y figura de la muerte. Por esta causa, según la enseñanza hermética,  regresar a la madre significaba morir. Es decir, la madre puede ser vista como fuente de vida, fecundidad, en síntesis: como naturaleza; pero, también, como muerte. Y, ¿por qué la naturaleza o un regreso a la naturaleza (como regreso a la madre) puede significar la muerte? Bueno, ¿qué es lo que pasa cuando morimos? Nos entierran. Y esto, más allá de las razones de profilaxis o religiosas, se traduce como un regreso al polvo de donde venimos. La naturaleza nos recibe en su seno, la nutrimos para que vuelva a crear, para que dé vida nuevamente. Es aquí donde vemos, en su real dimensión, lo que la polisemia de este símbolo puede decirnos acerca del autor del Facundo. Cuando en el tema anterior (la sombra) veíamos a Sarmiento denunciando a la naturaleza como creadora de barbarie, ¿a quién se refería en realidad? ¿Acaso su propia madre no lleva sangre bárbara (árabe) en sus venas? ¿No será este despotriqueo contra la llanura (parte mayoritaria, por esos años, de la naturaleza argentina) un reproche al propio origen de su madre y al suyo mismo? Sarmiento había aprendido una idea de nación que no se condecía con su tierra, con su patria. Su instrucción autodidacta, a manos de escritores europeos (predominantemente franceses) y norteamericanos, le mostraba otra realidad, un proyecto de vida distinto, algo por hacerse. Pero la Argentina no era un recipiente vacío posible de llenar con cualquier cosa; ya tenía su propia identidad. Todo lo nuevo que se incorporase, inevitablemente debía connivir y cruzarse con la identidad argentina que existía y que, de alguna forma, sigue existiendo. Sarmiento para nada desconocía esto que estoy diciendo. Es más, cuánto habría dado él por ignorar nuestra cepa bárbara, negarla, y proyectar tranquilo (de cero) un país nuevo y progresista. Pero, muy a su pesar, tenía harto presente esa realidad que lo avergonzaba al punto de llevarlo a negar su propio origen, de negar a su madre, es decir, a la naturaleza. Pero, ¿qué pasa cuando uno niega su origen y quiere partir de otra realidad? Principalmente, cae en un autoengaño. Y, ¿necesitaba Sarmiento engañarse a sí mismo? Yo creo que sí, y por una razón fundamental: sostener su mesianismo . Él podía llevar adelante la transformación que la patria necesitaba, siempre y cuando estuviera al margen de la realidad a modificar. ¿Cómo podría redimir de la barbarie a la Nación siendo él mismo un bárbaro? Lo que no advirtió Sarmiento fue que al cambiarse él de lugar, todo lo demás también cambió. Se disfrazó de héroe para rescatar a una princesa que ya no era tal, que lo esperaba con la cara de su madre y todo el peso que esto le repre-sentaba. Entonces, el problema del origen es un inconveniente insalvable para Sarmiento, y el que se constituya en algo tan traumático, se evidencia en el lugar recurrente, casi obsesivo que ocupa su madre a lo largo de toda su literatura que, de alguna manera, equivale a decir su vida misma. ÁNIMUS
En este punto quiero ser categórico: hay un sólo héroe en el Facundo, que no es Quiroga y mucho menos Rosas, pero que sí se manifiesta a través de estos dos personajes y sus circunstancias. Se llama Domingo Faustino Sarmiento. Tuvo la intención de caracterizar al general Quiroga como un personaje repudiable, pero terminaron escapándosele palabras de consideración, y cercanías impensadas. Trató de mostrar a Rosas como su contracara, pero terminó evidenciando claramente su envidia a la inteligencia y capacidad de mando del Tirano . Sin embargo, y a pesar de todo esto, quiso hacer de su Facundo un elemento de persuasión y punto de partida de un nuevo país, y logro mucho más que eso: nos dejó un compromiso que aún no hemos cumplimentado. Por eso, Martínez Estrada decía que El problema nuestro sigue siendo, pues, el Problema Sarmiento, en su raíz, un problema de la conciencia de la nacionalidad tanto como de las cosas, un problema que no puede solucionarse _porque no puede satisfacerse a sí mismo_ con la estadística y menos con la contemplación del país como espectáculo. No hablaré aquí de mesianismo, eso lo reservo para el próximo arquetipo. Pero sí creo digno de notar que Sarmiento trabaja en el Facundo sobre un material que no existe. La Nación que él persigue no es un país sin Rosas y punto. Quiere otro país. A él le ha tocado una mujer muy bella, alta y con gracia de movimientos, pero esto no le importa. No repara en la belleza de su vastedad, sus trenzas negras y sus pies fríos. Nada más se detiene en su mente. La insulta. Dice quererla sólo si cambia su forma de ser. ¿Por qué se embarca en esta utopía? Además, ¿quiere ella ser rescatada de su condición de bárbara? Bueno, si ella pudiera analizar su condición ya no sería bárbara. Ella no entiende lo que Sarmiento le pide, y es lógico. Pero él tampoco advierte que pide un imposible. Quiere a su mujer con la mente fría de aquella que conoció en el norte, con sus pies calientes pisando centroamérica. Y, en cierta forma, ella se disfrazará de la otra (hasta el día de hoy), sólo por complacerlo. El problema es que hace tanto que usa ese disfraz, que ha entrado en una crisis de identidad. Al perder comunicación con su yo interior, terminó delirando una personalidad mentirosa. El disfraz que la mujer se cree es nuestra identidad nacional, esto representaría definirnos al menos de dos formas: como mitómanos, o como locos. El resto del mundo (en realidad, los pocos pueblos para quienes la palabra ARGENTINA significa un país determinado) está convencido de nuestra mitomanía. Creen que deliberadamente nos colocamos por encima del resto con un iluminismo discriminatorio. Aquí cabe recordar aquel chiste sobre cómo se suicida un argentino: se sube a lo alto de su ego y de ahí se tira. El mismo chiste también ha sido utilizado por los del interior del país para caracterizar a los porteños, y aquí está la clave de otro tema connivente con el anterior: ¿la imagen argentina la constituyen los porteños o el país en su conjunto? Pero ahora volvamos al otro tema: los demás nos catalogan de mitómanos, pero, ¿es realmente así? ¿Decididamente nos creemos el disfraz (es decir: la mentira de nuestra supremacía)? La otra opción sería la locura, o sea que en algún momento sobrecargamos nuestra mente y ésta colapsó disgregándose en los pedazos flotantes que hoy nos representarían. Esto equivale a que no tendríamos conciencia de nuestros actos y, por ende, que no seríamos responsables de nada. Si esto fuera así, no tendría sentido discutir sobre nuestra identidad salvo el de lamentarse inútilmente ante los despojos de un sueño inmaterializable, extinguido antes de nacer. Y aquí quiero ser bien claro, cuando digo identidad nacional no estoy hablando de un muerto. Sarmiento lo tenía claro en el siglo pasado, en parte porque era un soñador (como creía Borges: Sarmiento sigue soñándonos), pero principalmente porque fue un pragmático inigualable, un hacedor que siempre consideró a su proyecto de país como posible. Pero entonces, ¿es nuestra identidad comparable a un loco que no responde de sus actos? Definitivamente no. Somos conscientes de nuestro engreimiento; nos parece absurdo, pero de una forma u otra lo sostenemos. ¿Y de dónde nace nuestra imagen de engreídos? Bueno, para ver esto debemos volver a algo que cité más arriba. Hay una coincidencia notable entre lo que piensan de los argentinos en el exterior y lo que opinan de los porteños desde el interior. ¿Por qué? Para empezar a desentrañar este enigma tenemos que remitirnos a los últimos años de la colonia; por lo que vale la pena una pequeña digresión. Cuando Argentina todavía formaba parte del Virreinato del Río de la Plata, era un país inexplotado que vivía mayormente del comercio del suministro de mulas hacia un punto neurálgico de la colonia: las minas de Potosí. Existía un camino que atravesaba en diagonal (de noroeste a sudeste) el territorio nacional (por supuesto que descartando la Patagonia). A la vera de este camino se comercializaban las mulas. Lejos estábamos del país agropecuario que llegaríamos a ser: nuestros campos exhibían infinitos matorrales, y las vacas pastoreaban sin mayor molestia. En ese entonces, Buenos Aires no pasaba de una triste y casi despoblada aldea. Su puerto les quedaba lejos a los españoles. Pero cuando se produjo la Revolución de Mayo, el camino a Potosí quedó clausurado a causa de las luchas que se sucedieron en esa zona (que terminaron con la escisión de Bolivia y Paraguay). Entonces, al quedar sin efecto la principal fuente de subsistencia, el interior del país comienza a vivir una etapa negra, y aquel puerto precario y semiabandonado, adquiere un protagonismo inédito. Buenos Aires es ahora el portón de entrada al país. Al sellarse las fronteras con los dos Imperios (el del Brasil y el Español), la única vía de acceso y comunicación pasa a ser el puerto de Buenos Aires. Pensemos en el lugar estratégico, está justo en la desembocadura de los otros dos grandes ríos: el Paraná y el Uruguay, esto significa que todo el interior del país comienza a depender de estos soberbios dueños del puerto (los porteños) quienes se cobrarán, sin compasión, el ostracismo al que hab-ían sido relegados hasta ese momento. Esto que en principio fue estar ubicado en el lugar justo, terminó generando una relación (y abuso) de poder mediante un elemento nuevo y vampirezco: la Aduana. Ni siquiera ciudades antiquísimas como Santiago del Estero o Córdoba podían ante este nuevo agente de “progreso” y subsistencia nacional. Es de imaginar el recelo del sometido contra el sometedor. Además, el hecho de que todos los otros pueblos estuviesen bajo la dominación de Buenos Aires, contribuyó a que la intolerancia (que en su momento fue resistencia y lucha) traspusiera las generaciones. ¿Quiénes se creen que son éstos? ¿Qué los hace diferentes a nosotros? ¿Para qué queremos una revolución que al final termina sometiéndonos? En la densidad de estas preguntas radica la clave de la mala fama porteña. Y no es casualidad que la misma imagen y hasta recelo que tienen los del interior del país con los porteños, sea comparable a la del exterior (especialmente nuestros hermanos latinoamericanos) con el argentino. Es que interior y exterior se unen para repudiar una misma imagen. Aún hoy, el lugar donde se manejan las decisiones más importantes para el país (digamos: coparticipación federal, etc.), sigue siendo Buenos Aires, y esto es toda una señal. Pero, ¿a qué va todo esto? Estoy hablando de aquella mujer que se disfrazaba de otra para complacer esa idea “moderna” de Nación (en el sentido de progresista) que tenía Sarmiento. Sabíamos que la mujer era la Patria, ahora acabamos de ver la tela del disfraz. Porque de ese nido de desigualdades que era la Aduana, pasamos al segundo capítulo: la Buenos Aires Ilustrada. Comienza el auge del iluminismo que se centralizará en tres grandes nombres: Moreno (Plan Revolucionario de Operaciones), Sarmiento (Facundo) y Alberdi (Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina). Los pensadores viven en Buenos Aires (la mayoría sin ser porteños nativos), pero pergeñan mirando a Europa (principalmente Francia). Pero hay algo más, si bien Sarmiento (como los otros iluministas) extrae sus ideas mayormente de filósofos franceses, el país progresista modelo a que apunta es Estados Unidos. Él comparará a nuestros inexplotados ríos, que sólo son obstáculos para el libre y cansino deambular de los gauchos (bárbaros), con el inigualable Mississipí (el cual conoció en uno de sus viajes), fuente de raudo crecimiento en el país del norte. Sin embargo, este mismo río es hoy exponente y medida de uno de los más graves casos de contaminación ambiental en el mundo. Es decir, nosotros también contaminamos nuestros ríos (el Río de la Plata, por ejemplo), pero el haberlos imitado sólo en sus peores defectos, ¿nos asemeja a la cultura e idiosincrasia norteamericana? La profesora Emilse Cersósimo decía, en una de sus clases, que se ven marcadas dos posturas del hombre con respecto a la naturaleza (es decir, su madre): la primera, la de aquel que ha madurado y ya no depende de su mamá para vivir, se independizó y ha comenzado a retribuirle a ésta todo lo que ha hecho por él (ésta sería la postura ecologista); en cambio, en la segunda, se sitúa aquel que, ya pasada la edad del destete, aún no se independizó, y no sólo eso, sino que le exige a su madre que lo abastezca hasta el hartazgo, sin retribuirle absolutamente nada (ésta sería la postura del contaminador). Esta postura inmadura es la que ha esgrimido, desde su nacimiento, Estados Unidos. Si bien esto le ha servido para consolidar su hegemonía socioeconómica, ¿es éste el modelo a seguir para conformar nuestra identidad como pueblo? Creo que tanto la ecología como nuestro futuro rol en el mundo (nos hartamos de oír que somos la reserva del planeta), debe estar en la discusión actual del concepto y praxis de la identidad nacional argentina. En definitiva, ¿podía Sarmiento prever la potencia hegemónica en que se convertiría su modelo de país? La mujer se disfraza con un vestido francés que desentona con sus trenzas largas, pelo de china. Sarmiento al contemplarla queda hechizado, lo que en definitiva termina entorpeciendo el rescate que pensaba efectuar y contribuye a que la mujer no reconozca esas ropas como ajenas, sino más bien que se crea una princesa. Pero entonces, ¿qué tipo de héroe es Sarmiento si no logra su cometido? Bueno, es cierto que Sarmiento no logra su cometido, pero esto no le impide ser héroe. ¿Qué quiero decir con esto? Ya veremos. El Facundo es uno de los pilares fundacionales de la Literatura Argentina. De hecho, la obra no ha pasado inadvertida en nuestra historia. Pero, ¿por qué? Dije más arriba que el libro pugna por “otro país”; y, siendo así, ¿cómo es que ocupa tan importante lugar para nosotros? Hay un dato que me parece elemental y es que, tanto el Facundo como el Martín Fierro, representan nuestra identidad como pueblo. El tema es que, justamente, las dos obras son opuestas. Es decir que nuestra identidad es contradictoria. Ahora bien, ¿cuáles son los motivos por los que éstas y no otras obras nos representen? A mi juicio, la identidad nacional arranca luego de la Conquista Española, exactamente con el inicio del mestizaje. Aquí ya no eran los con-quistadores y colonos venidos de España, ni los primitivos habitantes de las tierras (se entiende que éstos vivían en sus comunidades, con sus propias y ancestrales costumbres —que muchos conservan hasta nuestros días—, y que no tienen nada que ver con nuestro ser nacional). Los gauchos, aquellos primeros mestizos, fueron los iniciadores de lo que hoy conocemos como identidad argentina. Ellos habían nacido en esta tierra, pero no eran aborígenes, no seguían sus raíces: tenían conciencia de que conformaban una nueva raza, y se sentían atados sólo al inconmensurable campo, su tierra natal. El gaucho es nuestro SER. Y ¿cuál es la obra más representativa de la épica gauchesca? Sin dudas, el Martín Fierro. Ninguno como él abarca tantos aspectos de la personalidad gaucha, mostrándonos, también, todo lo que nos parecemos a aquellos primeros argentinos. Y así parece confirmarlo el profesor Carlos Altamirano, cuando dice que definir al Martín Fierro como obra épica o “poema nacional” no significaba únicamente atribuirle, con arreglo a ciertas convenciones, un determinado estatuto genérico al texto de Hernández. Era también afirmar una identidad nacional, cuyos títulos de legitimidad se encontraban en el pasado (ahí estaba la epopeya para testificarlo), pero que proyectaba sobre el presente su significado . Pero aquí no acaba nuestra identidad. Podríamos denominar al gaucho como nuestra PRIMERA IDENTIDAD. Con las corrientes inmigratorias a partir de la segunda mitad del siglo XIX, comienza nuestra SEGUNDA IDENTIDAD. El país empieza a tomar la estructura e ideologías actuales. Y ¿qué responsabilidad tiene Sarmiento y su proyecto en esta nueva identidad? Creo yo que le cabe la máxima responsabilidad. Principalmente, por haber instaurado una nueva conciencia: el PODER SER . Este nuevo elemento introduce una nueva identidad (o podríamos llamarle: el segundo polo de la identidad nacional), totalmente opuesta a la identidad anterior (la del SER). La ambición desmesurada de este PODER SER con respecto al SER, es el fundamento de nuestra identidad contradictoria. Avanzamos del SER, pero nunca llegamos (ni llegaremos) al PODER SER. La muchacha se ha esforzado para desligarse de su SER, disfrazándose de PODER SER. Todo el mundo advierte que es un disfraz, menos ella, que de tanto usarlo se lo ha creído. Ahora, supongamos que se me objeta que, de existir como yo digo la contradicción, toda América (a excepción de Estados Unidos) se encontraría en nuestra misma situación. Y, en cierto modo, es cierto, pero para nada contradice lo que estoy diciendo. Los otros pueblos (nuestros “hermanos” de Latinoamérica), también partieron de un SER y adoptaron un PODER SER. Pero, en ninguno de los casos, el PODER SER ha sido tan ambicioso como el nuestro. Además, hay otra cuestión: nuestro PODER SER no parte del SER propio, nacional, sino de uno importado. Y cuanto más ajeno el PODER SER, más contra-dictoria nuestra identidad. Osvaldo Soriano decía que los argentinos somos un pueblo cómico y que todo el mundo nos ve de esa forma, salvo nosotros, que nos creemos serios. Vivimos nuestra propia realidad a la manera del Quijote, y como él nos enojamos si nos dicen lo que somos, es decir, la verdad. Nosotros, al igual que el Caballero de la Triste Figura, buscamos resucitar una realidad que nunca existió, creyéndola tangible e inmejorable. Pero todo esto no significa que seamos gauchos que nos creemos gentlemen. Si esto sucediera, entonces nada de lo ocurrido desde el naci-miento del primer mestizo argentino hasta ahora nos habría modificado, y esto es mentira. Seguramente nuestro lugar se encuentra en algún tramo de la distancia que separa al gaucho del gentleman. Pero una cosa es lo que somos, y otra, muy distinta, lo que nos creemos. Entonces, si el Facundo es capaz de proyectar esa imagen de país en un presente donde soñar se penaba con la refalosa, es más que notorio el mérito que le cabe. Y si dijimos que la obra termina pintándonos la imagen de su creador a través de sus personajes, es a él a quien debemos esta identidad de la era moderna. Él nos ha rescatado. No digo que nuestro presente sea mejor ni peor, sino que en gran parte se lo debemos a Sarmiento. PERSONA
En este último arquetipo trataré (lo más brevemente posible) las distintas ideologías que adopta Sarmiento a lo largo del Facundo, y en que medida lo definen. Para empezar, digamos que son varias las posturas ideológicas: determinismo, historicismo romántico, iluminismo, positivismo, mesianismo, maniqueísmo, no obstante, en la mente de Sarmiento están estrecha y coherentemente relacionadas, es decir que no se contradicen entre ellas, aunque hay una que se autocontradice, y se evidencia en distintos pasajes de la obra. Determinismo : Es la idea de que todo hecho es consecuencia de una “determinada” causa, es decir que si se da la causa, inevitablemente el citado hecho ocurrirá. Sarmiento recurre constantemente a esta concepción fatalista de los hechos. Veíamos anteriormente cómo concebía a la barbarie como consecuencia de una determinada geografía (la llanura). O cómo, de alguna manera, justifica la barbarie en Quiroga y Rosas, debido a sus naturalezas gauchas. También el licenciado Feinmann habla de dos determinismos contrapuestos debido a que al determinismo mecánico e inerte de las campañas (es decir los dos que nombré anteriormente) se opone el determinismo cultural e histórico de las ciudades (a causa de que, según Sarmiento, la Revolución de Mayo se produjo por el movimiento de las ideas europeas en nuestras ciudades, claro que principalmente en Buenos Aires). Sin embargo, este recurso tan usado por el autor, falla claramente en algunos pasajes de la obra. Estos desencuentros son analizados por Noé Jitrik , quien se detiene en dos episodios: el primero, cuando Sarmiento se pregunta, refiriéndose a Quiroga, que cómo alguien salido de un hogar decente, con un padre acomodado y virtuoso, se convertía en un “gañán” (patán), fallando, dadas las premisas, la correspondiente conclusión (es decir, si los padres son buena gente, aplicando el determinismo, el hijo debería haber sido un pacífico y útil ciudadano); el segundo, cuando define a Rosas como hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él, donde la consecuencia vuelve a contradecir a la causa. En definitiva, lo que quiero decir es que si somos deterministas, sostengámoslo siempre, porque el determinismo, a mi entender, se cumple para todo, o no se cumple. Historicismo Romántico: El concepto es similar al determinismo, sólo que en el historicismo son los hechos históricos los que suceden de acuerdo a un ciclo cerrado en el que éstos se repiten. Si seguimos el razonamiento, la gran diferencia con el anterior es que dado un acontecimiento, si es cierto que los hechos conforman un ciclo que siempre se repite, podríamos predecir lo que sucederá en el futuro. Sin embargo, Sarmiento va todavía más allá en la idea, influenciado por los románticos Chateaubriand y Walter Scott (que exaltaban el clasicismo) y los trabajos historiográfico-filosóficos de Cousin y Guizot, creía que el proceso desatado en Francia no era casualidad, sino una vuelta a los valores clásicos, y que entonces no era descabellado que el cambio sucediese también en nuestro país, no por méritos propios sino por una simple consecuencia histórica y evolutiva. Aunque, para que esto sucediera aquí, tenían que cambiar las condiciones sociales. Pero esto no era mayor problema, porque seguramente se modificarían debido a que, de acuerdo al historicismo, no se puede escapar al ciclo de la historia. Iluminismo : Esta corriente es básicamente pragmática, y el justificativo de la acción es que a mi causa la considero causa de muchos y actúo en consecuencia, sin importarme si mi representatividad es real o no. Cuando, en un sistema democrático, una minoría se cree iluminada y toma decisiones por los demás, transforma su acción en golpismo. Pero, si el gobierno es tiránico (como era el caso del régimen rosista), entonces el iluminismo se convierte en re-sistencia. Sarmiento no es el iniciador del iluminismo en Argentina, pero no escapa al grupo ilustrado, lectores de Rousseau, Lamartine y Condillac, entre otros. Él pensaba que tenía la verdad, y que era hora de actuar para llevar adelante el plan que todos deseaban que se efectuase. El problema es que “todos” eran solamente el grupo de ilustrados ansiosos de cambiar la historia. Esto lo vemos en el Facundo cuando se dice que Buenos Aires es culta, siendo sólo la citada minoría los únicos cultos. Pero si ellos eran cultos, entonces Buenos Aires lo era, porque Buenos Aires eran ellos. Notemos que, el iluminismo, se contrapone al historicismo en el sentido que considera a la historia como el mero inventario de los hechos que realizan los hombres como ellos. Pero entonces, ¿cómo es que Sarmiento profesaba las dos ideologías contrapuestas? Lo que ocurre es que su historicismo es a futuro, sabe que tarde o temprano llegará, y su iluminismo es para contribuir a las condiciones favorables para que los hechos sucedan lo más pronto posible. Positivismo : Esta ideología destaca lo positivo, es decir lo verdadero, lo real, se fundamenta en lo empírico y no acepta ninguna noción a priori. Además, entiende que todo es comprobable científicamente. ¿Y qué es lo verdadero para Sarmiento? Su proyecto de país. Pero, según el positivismo, para que algo sea verdadero, ¿no tenía que estar comprobado por la experiencia? Y lo estaba, en Europa. Que se implementara aquí era una cuestión de detalles de pertinencias, para lo que había que hacer algunas modificaciones en el plano político y social. Como vemos esta ideología se articula junto con las otras. Interactúan en la mente de Sarmiento persiguiendo el mismo fin, y esto sucede porque él se da un lugar entre los protagonistas de la historia. Ahora veremos por qué. Mesianismo : Esta denominación viene de Mesías, que significa salvador, guía. Hay una misión por cumplir (por ejemplo, transformar y salvar la República), y si veo claro la urgencia de esa misión y me imagino cómo llevarla a cabo, debe ser porque soy el hombre elegido para cumplirla. Nadie más que yo. Es más, el darme cuenta me crea una obligación moral y espiritual que no puedo desatender. El Facundo trata de tres mesiánicos: el general Quiroga, el Tirano Rosas, y el mismo Sarmiento. Cada uno de ellos visualizó una misión que debía llevar a cabo y no dudó en emprenderla. Podríamos decir que a Facundo lo guió la intuición, en cambio a Rosas (creo yo que al igual que a Sarmiento) la ambición de poder. Sarmiento no era distinto a Rosas en cuanto a las ambiciones de manejar todo, estar al mando de la Nación, llevarla de las narices hacia donde él creía que debía ir. El mesianismo se asemeja al iluminismo en el sentido de ejecutar una idea, salvo que personaliza, mistifica, instaura un vocare de la conciencia, un llamado a ser protagonista, una misión. En cierta forma podría considerarse al mesianismo en Sarmiento, como el fundamento de su iluminismo. Él podrá llevar adelante las ideas revolucionarias porque es un elegido. Maniqueísmo : Manes fue un líder religioso (a sus seguidores se los llamaba maniqueos) que admitía dos principios creadores, uno para el bien y otro para el mal. Todo razonamiento que se base en una dicotomía de este tipo (bien-mal) se denomina maniqueísta. Ahora, ¿por qué creo que Sarmiento era maniqueísta? El autor del Facundo desde el título de la obra (Civilización y Barbarie) propone una dicotomía en la que tomará partido por una de las partes, transformándola en el bien absoluto, y defenestrando a la restante, relegándola al lugar del mal. Sarmiento no admite la posibilidad de libre elección del lector: la obra representa la exégesis de la parte Civilización por medio del rechazo acérrimo hacia la parte Barbarie. Esta ideología se relaciona con las anteriores, debido a que fundamenta su accionar en que la parte del mal de su dicotomía se ha adueñado del país, y es lo que hay que eliminar. Aquí acabamos de ver como estas seis ideologías conforman seis máscaras de un mismo personaje. Asimismo notemos que, a pesar de su instrucción autodidacta, sus posturas ideológicas estaban al nivel de los altos eruditos de su época. Pero apenas le alcanzaron para ocultar su cara original, la verdadera cara de su naturaleza.
PALABRAS FINALES En la totalidad de la obra, uno no puede dejar de sustraerse por la voz del creador. Con sus palabras de arcilla sarmientina, ha modelado dos caudillos, a quienes bautiza con dos nombres conocidos. Las características más salientes de estas dos criaturas se asemejan a las de los verdaderos personajes pero, en determinado momento, muestran su verdadera piel. Estas criaturas habitan en un escenario rural (por supuesto, construido con el mismo material sentencioso). Pero, en lo que sólo había de ser una simple ambientación, las combinaciones de palabras comenzaron a sonar distinto. Lo que debía sonar AJENO sonó ÍNTIMO, y ya todo se trastocó. Las dos criaturas junto al escenario se fundieron en una argamasa destellante, dispuesta a parir las preguntas infinitas que aún nos envuelven. Desde aquella primera explosión (cuyos ecos hoy resuenan, si se lee la obra en voz alta), el texto, informe y caótico, ha ido conformando, a medida que se lo ha abordado durante todos estos años, un singular mosaico. Éste, si uno se aleja lo suficiente, configura una cara familiar pero, que aun hoy, no distinguimos de quién se trata. La leyenda dice que, en el momento en que se la identifique, acontecerá un gran cambio. Algunos, cuyos nombres he decidido olvidar, dicen que aquel rostro es el nuestro.

domingo, 22 de julio de 2012

ANDRE MALRAUX ‎"No se necesitan nueve meses, se necesitan cincuenta años para hacer un hombre, cincuenta años de sacrificio, de voluntad, de ... ¡tantas cosas! Y cuando ese hombre está hecho, cuando ya no queda en él nada de la infancia ni de la adolescencia, cuando verdaderamente es un hombre, no sirve nada más que para morir" "En la política es a veces como en la gramática: un error en el que todos incurren finalmente es reconocido como regla" "He aprendido que una vida no vale nada, pero también que nada vale una vida"

sábado, 14 de julio de 2012

A CONTINUACIÓN LA BIBLIOGRAFÍA Y CONTENIDOS DE PRÁCTICAS DEL LENGUAJE DE 2º DE LA E.S.B.: Bibliografía general • Britos, Valeria. Lengua y literatura2.Buenos Aires: Santillana, 2010. • Autores Anónimos. Héroes medievales. Buenos Aires: Cántaro, 2005. • Conan Doyle, Arthur. El sabueso de los Baskerville. Madrid: Alianza Editorial, 1996. • A.A.V.V. Cuentos en acción. Buenos Aires: La estación, 2010. CONTENIDOS DE PRÁCTICAS DEL LENGUAJE DEL 2º AÑO “A” DE LA E.S.B. • El discurso literario. Los mitos. Las leyendas. Los personajes y sus funciones. • Taller. Inventar un mito • El discurso literario. El relato de horror y lo fantástico. La estructura narrativa. • Lectura de un cuento de ciencia ficción. • El discurso literario. La ficción futurista. Lo verosímil en la ciencia ficción. La secuencia narrativa. • La narración en la noticia. • El discurso literario. Los relatos enmarcados y de aventuras. La descripción en el relato. Tipos de descripción. • Otros textos. La argumentación. La estructura argumentativa. • Taller. Fundamentar un pedido • El discurso literario. La narración fantástica y sus recursos. • Otros textos. La persuasión en campaña. • Taller. Una propaganda a partir de una imagen. • El discurso literario. Los relatos policiales y sus personajes y tipos de narrador. • Otros textos. Los textos prescriptivos. • Sonetos. A.A.V.V. • El discurso literario. El lenguaje connotativo. Recursos políticos. • Otros textos. Los textos enciclopédicos. • El discurso literario. El hecho teatral. El texto dramático. • Otros textos. La argumentación: La polémica. • El discurso literario. El diálogo en el relato. • Discurso directo y referido. • Taller. Una entrevista periodística. FIRMA: ACLARACIÓN: Javier Guillermo Avila.
A continuación los contenidos de 3º de la E.S.B. de Prácticas del lenguaje: CONTENIDOS DE PRÁCTICAS DEL LENGUAJE 3º AÑO “A” Y “B” DE LA E.S.B. • Las formas del discurso. La descripción y sus formas. • La narración biográfica. • Biografía para armar. • La estructura de los relatos. Las secuencias narrativas. Los indicios. Los elementos del policial. • El diario. El circuito de la comunicación periodística. • El relato de terror. La descripción de personajes. El retrato. • El texto expositivo: la nota enciclopédica. • Lectura de poemas. • Los recursos estilísticos. • Taller. Instrucciones poéticas. • El narrador y los puntos de vista. El humor, crítica de lo cotidiano. Los recursos del humor. • El texto dramático. El teatro y sus géneros. • La publicidad gráfica. Los recursos publicitarios. • Lo fantástico en los relatos. • El chiste gráfico. El humor en los medios: tipos y elementos. • El relato épico medieval. Los cantares de gesta. • Leer y comprender textos expositivos. Los recursos explicativos. • Origen y evolución de la novela. • La argumentación en los medios. BIBLIOGRAFÍA GENERAL • Britos, Valeria. Lengua y literatura 3. Buenos Aires: Santillana, 2010. • Bradbury, Ray. Las doradas manzanas del sol. Buenos Aires: Minotauro, 1983. • Golding, William. El señor de las moscas. Madrid: Ediciones B, 1995. • Cela, Camilo José. La familia de Pascual Duarte. Madrid: Ediciones RB, 1993. FIRMA y ACLARACIÓN: Javier Guillermo Avila

sábado, 30 de junio de 2012

ALGUNOS PASAJES DEL MARTÍN FIERRO QUE MÁS ME LLEGARON LA LEY "La Ley es tela de araña- en mi inorancia lo esplico, no la tema el hombre rico- nunca la tema el que mande- pues la ruempe el vicho grande y sólo enrieda a los chicos." "La Ley como la lluvia nunca puede ser pareja- el que la aguanta se queja, pero el asunto es sencillo- la Ley es como el cuchillo, no ofende a quien lo maneja." "La Ley se hace para todos mas sólo al pobre le rige" LA CAUTIVA "Se alzó con pausa de leona cuando acabó de implorar- y sin dejar de llorar envolvió en unos trapitos los pedazos de su hijito que yo le ayudé a juntar." EL MAL "El mal es árbol que crece y que cortado retoña- la gente esperta o bisoña sufre de infinitos modos- la tierra es madre de todos, pero también da ponzoña." MÍSTICA "Si hemos de salvar o no- de esto naides nos responde, derecho ande el sol se esconde tierra adentro hay que tirar, algún día hemos de llegar después sabremos adonde." "Y ya dejo el estrumento con que he divertido a ustedes- todos conocerlo pueden que tuve costancia suma- este es un botón de pluma que no hay quien lo desenriede"

domingo, 24 de junio de 2012

MARIANNE MOORE POETA ESTADOUNIDENSE (1887-1972) "Un escritor es desleal cuando no puede ser duro consigo mismo" "La poesía es el arte de crear jardines imaginarios con sapos reales" "Si la técnica no es de interés para un escritor, dudo que el escritor sea un artista" "La psicología, que lo explica todo, no explica nada: todavía dudamos"

domingo, 15 de abril de 2012

Urquiza (2003)

URQUIZA
(2003)

Hace tiempo que lo espero. La descortesía típica de los que manejan el destino. Él no tiene la culpa, ya sé. Porque no sabe que lo estoy esperando; en realidad, no lo sabe del todo. Lo intuye, claro que la intuición es un asunto de confianza y eso es difícil, no sólo en su caso.
Yo estoy aquí, en donde he estado siempre, padeciendo esta sed insaciable al lado de mis árboles frutales, pasando la mano por las rugosidades de la palmera, aunque ya no puedo sentir sus poros estallar entre mis dedos. A veces me divierto deambulando alrededor de las estatuas, recorriendo esos gestos marmolizados, el poder blanco suspendido en el tiempo, los bustos de los emperadores. Siempre soñaba con ser digno de uno, qué aspiración tan miserable; todos somos dignos de un monumento. Me gusta reírme de esas cosas que antes eran sumamente importantes para mí. Principalmente, lo hago ante mi propio busto; por suerte, esa persona de mirada vacía ya no existe.
Pero volviendo a él, no sé como será. Me refiero a su aspecto, claro. Suena divertido, una cita a ciegas. Solo sé que voy a sentir su presencia y él va a sentirme. Aunque no sé si vale en este caso hablar de sentidos, va a percibirme de una forma a la que quizá no está acostumbrado todavía.
El tiempo es una máquina impiadosa que no se detiene. Aquí lo ha transformado todo. El mismo casco sufre en sus cimientos, con un dolor infinito, el cansancio de los años. Sin embargo, he visto pasar tanta gente por este lugar, mi lugar, como agua por el río Uruguay. La gente es sangre renovada que irrumpe en un tejido envejecido, y lo despedaza, lo reconstruye, le da vida que se asemeja a la anterior pero que no es, es otra. El cambio constante es lo único eterno. La eternidad actúa con miles de máscaras, muere y renace con la música vital, un ritmo pegajoso, sagrado y profano a la vez.
Nunca me he preguntado por qué todo esto, siento que hay razones que no entendería, aún. Para qué indagar en los mecanismos. Vivo mi misión con la alegría de un soldado, aunque sin su temor, como antes. Ahora, uno sabe algunas respuestas. Pero él no las sabe, yo voy a revelárselas. Haré que la espera no sea vana. A veces pienso que tanta demora tiene una razón de pulido en las acciones que vaya a detonar. Acumulo ansiedad porque de esa manera todo tendrá otra potencia, otra maduración.
Ni el lago ni el aljibe tienen el agua que solían tener, me la he bebido yo mismo y aún estoy sediento. Mi sed ha contribuido a modificar el paisaje. Hoy todo esto es un lugar de visita, mis emociones se han diseminado por el aire, aparecen y se ocultan como luciérnagas. Chapoteo entre las ruinas de mis recuerdos. Pero, cuando la angustia quiere ganarme, pienso en lo que vendrá. Dentro de poco, volaré, como cuando comandaba a mi caballería entrerriana, sintiendo la respiración entrecortada por el viento, cobijado por una gran luz que me escoltará hasta la próxima posta, quizá la última.
Ya viene. Puedo sentirlo acercándose por la ruta. Escucho su respiración que se agita poco a poco. El sol le entrecierra los ojos, porque la verdad quema. Sus manos transpiran la incertidumbre acumulada y mueven apenas el duro volante. No sabe lo que espera, pero siente que algo trascendente va a ocurrirle. No se equivoca, a pesar de que niega su sensibilidad todo el tiempo que puede. Está cerca, pero pronto dejará de estarlo; porque es cómodo lo inminente, el tema es el desafío de la concreción. Llega la hora. Nuestra hora.
Cuando le entregue mi regalo me habrá liberado de este penar. Casi nunca me alejo del sitio del asesinato, mi asesinato. Ese lugar me duele y por eso me escapo a los jardines, pero siempre termino volviendo. Nicomedes era un hijo para mí. No sólo no tuvo piedad, sino que además impericia para el cuchillo. Tardó demasiado, muchas puñaladas. Un inútil, ¿así haría sufrir a los animales que carneaba? De todas formas, la desesperación no era por mí; Dolores y mis hijas estaban ahí, no fue capaz de evitarles todo ese patetismo. Todavía percibo su impotencia en este cuarto trágico, con una densidad oscura que me atraviesa, me desgarra, me tortura. Sé que la gente que viene hasta aquí también siente esta energía, este frío. Afortunadamente, algunos rezan o se persignan y alivian un poco mi dolor. Pero necesito algo más.
Se ha bajado del coche y se acerca. No es como lo había imaginado; aunque hay algo en su mirada, un fulgor que lo distingue.
Ahora, con gran esfuerzo, me elevo hasta que el paisaje es una mancha de colores aplastados. Las nubes me envuelven y absorbo su humedad. Pronto acabará mi sed, esta sed de muerto. Vuelo horizontal sobre Argentina. Una leve tentación de no volver, pero imposible no hacerlo. Desciendo en picada, zumbido a los costados y abajo un verde eterno que empieza a delinearse. He tomado fuerza. Ahora sí.
Entra acompañado, pero pronto se queda solo en la capilla. Mira los frescos de Blanes en la cúpula; el Vía Crucis distinto, desde la perspectiva del padre, de San José. El lugar es estrecho, él repentinamente lo siente ajustado a su cuerpo, le inmoviliza los brazos, su mirada queda fija en la imagen de San José con su mano en la frente, a un lado el ángel le anuncia lo increíble; pero el Santo cree.
Yo te convoqué a esta casa, el Palacio San José, donde he vivido y he muerto, le digo.
No sé cómo le sonaran las palabras, por ahí como una voz interior. Él cierra los ojos y respira profundo, está algo pálido. Me pregunto si realmente es él.
Yo te convoqué, le repito, porque tengo un regalo para darte, algo por lo que has peleado mucho y hoy se te va a conceder.
Frunce el ceño, reconozco ese gesto, no recuerda estar peleando por nada en especial.
Todo lo que sos ahora vas a derribarlo y reconstruirlo de una manera diferente. Un hombre nuevo emergerá de este sitio.
Presiento su duda, pero acaso sería creíble que no dudara: es un hombre. ¿No habrá dudado en un primer momento San José al anunciarle el embarazo de su mujer por obra del Espíritu Santo? La Fe cobra valor recién a partir de la duda y no en ausencia de ésta.
¿Urquiza?, pregunta.
Me enternece el tono inseguro de su voz.
¿A quién esperabas?, le digo, ¿A un angelito con alas transparentes? Todavía mando en este lugar, salvo que ahora me obedecen sin saberlo. Mucha gente trabaja para mí, ponen pasión en sus relatos para revivirme en las mentes de los visitantes. Son mis nuevos soldados de la memoria.
Sonríe, es un buen síntoma. Giro a su alrededor, la brisa parece animarlo, el color vuelve a su rostro. Se muestra más confiado.
Los demás escuchan el murmullo de los árboles, no saben que dentro de éste está mi voz. En otro momento, hubieras percibido igual que ellos; pero esta es tu hora. No hay más tiempo. Todo va a ocurrir muy rápidamente y vas a cumplir un rol importante en esto.
¿Yo?, pregunta.
Me sonrío.
Todos y cada uno, respondo, pero a vos te toca justo ahora.
Sus manos empiezan a temblar. Imagino que quiere reprimirlo pero no puede. La mente es muy poderosa.
Entiendo que aceptar el destino no es fácil, le digo. Pero es como cuando uno es chico y cree que las cosas son por determinados motivos que, al crecer, se da cuenta que eran otros muy distintos a los imaginados en esos años de iniciación. Duele y genera desconfianza al principio, pero luego se acepta la pérdida de la inocencia, aunque se gana como adulto. El alma también sufre un proceso parecido. Evoluciona hasta llegar a la plena consciencia de su realidad. La existencia verdadera.
Noto que se serena poco a poco. Cada vez que le comento cosas que puede relacionar con pensamientos que en algún momento aparecieron en su mente, recién entonces, se tranquiliza. El poder de los recuerdos; un sonido conocido, un olor particular, una palabra que retorna intacta del pasado. Toda remembranza es un bálsamo para el espíritu. Tengo que aprovechar este instante.
Todo regalo es un compromiso, le digo. A uno lo han creído digno de él y debe demostrarlo con su conducta. Cuando uno es chico y rompe los obsequios, los grandes se lamentan, pero lo justifican. Cuando es grande, su responsabilidad cambia.
Lo observo, aún está de pie en el medio de la capilla. Está alineado al centro de la cúpula. Sus manos, a los costados, cuelgan relajadas. Transpira el sudor de la regeneración.
Este lugar sagrado, con su altar inserto en el corazón del universo no es casualidad. Te rodean los árboles tutelares que serán testigos de tu ini-ciación.
Levanta su vista de golpe y la posa sobre las tres figuras situadas en el sector más alto del altar. Representan la fe, la esperanza y la caridad. Pero me doy cuenta que se detiene especialmente en la que simboliza a la fe, la única que posee sus ojos tapados por un pañuelo. No es ciega, lleva una venda en los ojos, porque no necesita ver para creer.
Pero, ¿por qué usted, general?, pregunta.
El escudo de mi familia, Urquiza, es el único de los involucrados en tu misión que lleva un árbol en su interior, el símbolo de la renovación eterna y centro del universo, contesto. A mí me toca esta tarea. Además, se trata de una interacción porque voy a necesitar de tu ayuda. Pero todo a su tiempo. Primero, la iniciación. ¿Estás listo para recibir el regalo?
Ahora, decididamente, extiende sus brazos. Es la primera vez que lo siento dueño de una calma absoluta. Su resolución me sorprende un poco, quizá esperaba más cuestionamientos, pero la figura de la fe sobre el altar evidentemente le ha servido de estímulo.
Las manos juntas, le ordeno. Los ojos cerrados. Recibe esta piedra, símbolo de la muerte del hombre viejo y el nacimiento del nuevo. Con ella, construye el edificio por el que tu alma se ha desvivido durante tanto tiempo. Veintiún niveles en tres partes, un descanso cada siete. Sin principio ni final. Infinito. No intentes entender con la mente, tu corazón te dictará lo debido. Lo que ahora es oscuro será luz, porque el momento de lo oculto terminó.
El peso de la piedra le dobla las manos, casi se le cae. Los músculos de los brazos se le hinchan en el afán de sostenerla. Las venas sobresalen en un estallido de fuerza. Evidentemente no esperaba algo material, aún desconoce la relación entre la vibración de las palabras y el Universo. Habrá tiempo para eso también. Principalmente para eso.
Al salir de este sitio todo se habrá puesto en marcha, le comunico. Pero antes, como te decía, necesito de tu ayuda. Hay algo que me retiene en este lugar: mi muerte violenta. Ella es la causa de mi descanso trunco. Este favor te pido, solamente preciso que dejes la piedra en la habitación de la tragedia, frente a la lápida que pusiera mi pobre esposa Dolores denunciando a mis asesinos. Sólo eso. ¿Será posible?
Otra vez la duda. Cuando alguien recibe algo, inmediatamente se pone en juego un sentido de pertenencia, se aferra a la nueva adquisición, depende de ésta, se esclaviza. Las uñas del egoísmo se clavan en el objeto sangrante de su vanidad.
No temas perderla, le digo para calmarlo, porque la verdadera piedra ya está en tu interior.
De golpe, lo ha entendido. Sale con paso seguro y en completo silencio. Atraviesa el patio de los parrales, luego el de honor, hasta llegar a la habitación funesta, donde Nicomedes Coronel —mi protegido—, por orden de López Jordán —otro ser que gozó de mi aprecio—, me ultimó a puñaladas 133 años antes. Ahora, se aproxima al mármol portador del mensaje de Dolores, se persigna, y en una esforzada inclinación, usando las dos manos, deposita cuidadosamente su piedra. Esto último apenas si lo presencio. De repente, pierdo la densa pesadez que me ha retenido todo este tiempo, y me elevo a una gran velocidad. Una fulgurante luz me envuelve en la elevación.
Miro hacia abajo por última vez; allí está, en el centro del patio, mira al cielo con sus manos levantadas. Adivino su sonrisa, su gozo, su emoción. Mucha suerte, murmuro. Mucha suerte y gracias, hermano. Gracias.

viernes, 17 de febrero de 2012

Cuartel de Dragones

Me quedé muy impresionado por el respeto que tienen nuestros hermanos uruguayos por su historia; respeto que en mayor medida carecemos como pueblo. La ignorancia nos lleva a olvidar nuestro patrimonio histórico y cultural. Por eso entiendo a los uruguayos como seres con una sabiduría intuitiva y superior. Aquí va otra imagen de ese cuartel de fines del siglo XVII que aún está en pie y que goza de buena salud.

miércoles, 8 de febrero de 2012

EMOTIVO


Tuve la suerte de visitar el antiguo cuartel de dragones de la ciudad de Maldonado en Uruguay, lugar donde Artigas iniciò su carrera militar. Està muy bien conservado, todavia con los muros originales de piedra. Piensen que fue creado en 1797 y que con el tiempo la gente lo usò como viviendas y hasta se creò una escuela en parte de lo que era el cuartel. Es evidente que los uruguayos conservan la memoria de sus hèroes y los felicito por ello. La capilla fue la primera iglesia que hubo en Maldonado, segùn me cuenta el cuidador de la garita, un esmirriado y profuso guardian de los fantasmas del lugar. Hace relativamente poco se descubriò que hay un tùnel que comunica con el actual centro de la plaza de Maldonado, en donde se guardaban provisiones y pertrechos militares; pero al ser descubierto tan tarde el estado de conservaciòn hizo imposible que se rescatara para la visita pùblica. En fin, creo que los antepasados luchadores de la libertad de este humilde y bravío lugar pueden descansar en paz.

viernes, 27 de enero de 2012

Un cuento épico, ITUZAINGÓ

Ituzaingó
ITUZAINGÓ
(1827)




Apenas llega, desmonta. Sus ojos ensanchados, pupilas sin control, desparraman al grupo de soldados cabizbajos. Eso que está ahí tirado, piensa, es él.
Lavalle, flamante General de la Nación, se arrodilla a su lado, y acerca sus manos como a un tacho con leña ardiente. Sus remembranzas lo atacan, le sitian la mente. Es él, Federico. Al fin logra tocarlo : desliza sus dedos, con extremada lentitud, por los ojales chamuscados, de modo que, en los pequeños surcos de sus yemas, se le impregne el hollín y la sangre hecha polvo de su amigo.
A lo lejos, se ven mujeres que, inclinadas sobre muertos y agonizantes, revisan, saquean, y hasta rematan. Allí mismo, se percibe un vacío asfixiante que tapona los oídos, que late sienes. Y un General que hace fuerza, y no logra retener el solitario arroyito que atraviesa su cara de bronce. Suenan dos cañonazos hacia el norte. Maldito, maldito suelo de Ituzaingó.
Lavalle abre, de un golpe seco, la chaqueta fulminada. Al piso vuela una pequeña cartera y un diario íntimo, ahora desnudo. Luego, cansinamente, retira de a una las condecoraciones que cubrían el pecho glorioso, tornado en despojo. Se hace a un costado y recoge, también, el sable de caballería. Reliquias, productos de la muerte.
Pútrido olor a carne asada, a eso huele el Regimiento 1, desperdigado por el campo, ahí nomás. Sueños quemados en primera fila, a la vista de sus compatriotas. Nadie se mueve. Ridícula postal de la impotencia humana ante sí misma. Dios durmió la siesta aquella tarde maldita.
No se da tiempo para la emoción, no quiere demostrar debilidad ante su gente. Pero sí honor, mucho honor. Cuando se incorpora, el vaho lo marea, cierra fuertemente los ojos. En esos segundos de noche forzosa, se deja embestir por el viento preñado de lluvia, arqueándose levemente hacia atrás, hacia Buenos Aires, de dónde lo asaltan los recuerdos. Lo ve con vida, hablándole, su barbilla desafiante, la mirada serena en su furia patriótica. ¿Qué haría él si estuviera en su lugar ? Qué puede importar eso ahora.
Abrir los ojos resulta un acto demasiado desagradable. Gris, negro y un resplandor argentino. Un destello del Plata que hierve tragando corazones calientes, sabrosos.
Todavía cuelga, a su izquierda, el sable guerrero de la independencia, el que acompañó a San Martín y a Bolívar. Lo toma con las dos manos, y siente cada una de las amargas protuberancias de la empuñadura al tosco paso de sus dedos. Mientras el sable siga ahí él no va aflojar, de eso que no queden dudas.
Se vuelve y descubre a sus cien soldados de la patria, oscuros, rodeándolo como quien cuida a un chico sin que se dé cuenta. Harapientos en el medio de la nada, pero con amor de hombres por su líder. No quiere amor ; honor quiere.
Ya está de nuevo en pleno dominio de sus sentidos. Ya es nuevamente Juan Galo de Lavalle, General de la Nación. Manda montar a todos y formarse en filas. Desconcierto, desesperación de perro por cumplir la orden de su amo. En un momento, se constituyen cuatro hileras de granaderos de cara a su jefe y al muerto. De fondo se habían apagado las escaramuzas, como para que la escena se sumiera en un silencio adecuado a las circunstancias. Por primera vez en la jornada, los guerreros sienten, gravemente, el peso de la muerte de sus compatriotas. Pero él quiere algo más ; no han comprendido aún la pérdida en su alma desgarrada. La mujer se lo había encomendado, cuidalo Juan, le había dicho en un momento en que se habían quedado solos, cuidamelo. No, todavía no han comprendido.
Tantea las riendas y monta casi sin tocar el estribo. Para esto ya una llovizna fría sazona el aire impuro. Ahora sí, piensa, y desenvaina violentamente, de modo que lo único que se escuche sea ese chirrido metálico, ruido de guerra. Los soldados se endurecen automáticamente en sus caballos ; cien pechos, impulsados hacia su jefe, contienen la respiración. Ahora, el canto del sable descansa en el hombro endurecido de Lavalle. Ni una mueca, solidez estoica que vale mil palabras. Todos han entendido la orden impartida desde el silencio, y desenvainan a la vez. Estruendo de carga a un enemigo sin cuerpo. Cuidamelo Juan, ojos tristes, sonrisa. Vos que sabés por qué pelean.
El clarín toca ante una insólita guardia de honor. Barro, fuego y desolación en aquel maldito campo de Ituzaingó. Ahora sí, piensa. Ahora sí, coronel Federico Brandsen.


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miércoles, 18 de enero de 2012

Otro cuento "Juana Azurduy (1815)"

JUANA AZURDUY
(1815)



Entierra la mano y juguetea con las yemas de sus dedos en el pastiche de arena y sangre, su propia sangre. Siente la aspereza de los gránulos suavizada por la savia de los humanos, y hay cierto placer en esa fricción de naturalezas. Es un momento feliz: Luisa ha nacido de sus entrañas. Se escuchan, a un costado, sus agudos gritos de vida y el dulce consuelo de unas mujeres extasiadas que la atienden. Pero Juana mantiene la vista fija en su mano diestra, que aún frota lentamente la mistura.
En las cercanías, un arroyo desanda su flujo eterno. Su bálsamo sonoro aclara los pensamientos de Juana, aguza sus sentidos. Ha meditado mucho sus conclusiones, que aparecen vibrando en su mente. Ahora sabe que Luisa no es la retribución por sus otros cuatro hijos muertos; ella es otra cosa, otra vida. Sin embargo, no duda que esas aguas, que dialogan en un idioma tan elevado, sean la nueva forma de su desaparecido amigo, el poeta Huallparrimachi. Comprende que, de ahora en más, todo lo que la ayude, proteja y anime será el juglar inca, en la apariencia que sea, omnipresente, junto a los demás espíritus tutelares.
Cinco hombres la aguardan a unos metros, detrás de unos matorrales; es la escolta que le impuso su marido, Manuel Padilla, héroe de las republiquetas del Alto Perú. Estaban en plena batalla cuando sintió los síntomas del parto inminente, y se alejó sólo para tener a la criatura. A su lado, descansa el sable que le regalara el general Belgrano; hilos dorados en la empuñadura, vaina oscura y rústica. No se separa de él, podría necesitarlo.
Pero ella cree que la Pachamama, la madre de todos los seres vivientes, la cuida. Siente una identificación estrecha con esa diosa que engendra vida, para luego expulsarla desbordante, profusa, salvaje. Imagina que si se la encontrara entre esos matorrales, podría verla tal cual es. No duda que su rostro exhibiría la belleza de un monstruo, un monstruo hembra exultante que acaba de dar a luz.
Las mujeres vuelven con Luisa. La han bañado en el arroyo, está seca y limpia. La depositan en su pecho con la delicadeza de un joyero que engarza una piedra preciosa. La niña obedece a su instinto de supervivencia y se alimenta del fluido vital. La madre observa la fragilidad del cráneo de la recién nacida. La vida y su sombra, la muerte. Juana pasa sus dedos, untados de sangre y arena, por la frente de su hija, dibuja una cruz, un amuleto que la asista en los cuatro puntos cardinales. Percibe en sus yemas los granitos de piedras ancestrales que recorren obedientes la piel virgen de su hija, naturalezas que se acarician. Acomoda sus labios y sopla sobre la cruz, su brisa caliente envuelve la pequeña cabeza desde la frente hasta la coronilla. Ahora está tranquila, ya puede recitar los versos de su amigo y lo hace con su boca muy cerca de la niña.
A ti arroyo te hablo: / mañanera, suave brisa / si está mi amada despierta, / llévale este hato de besos, / que en mi boca tengo presos.
Sus ojos desbordan gotas de agua marina que serpentean sobre sus mejillas. Un velo semitransparente le enturbia el paisaje y la hace vulnerable. Eso no le gusta, sacude la cabeza a un lado para no molestar a Luisa, y recobra los sentidos. En ese momento, un rumor de pasos agitados la sobresalta. Es el que está al mando de la escolta, sabe que los demás se han quedado a unos metros por pudor. Le avisa que su esposo viene en camino, que se prepare, lo hace sin sacar la vista de sus pechos. Juana se cubre y le ordena retirarse. Se incorpora con cuidado y, cuando va a alejarse, algo le hace mirar al suelo. Allí está el sable, casi disimulado por la hierba. Vuelve a agacharse y lo toma con su mano libre, lo aproxima a su hija, apoya su mentón sobre la punta de la empuñadura. No nos abandones, susurra.
Cabalgan, cinco hombres y una mujer. Cumplen órdenes de Padilla, quien sólo se encontró unos momentos con su esposa, suficientes para conocer a su hija y notificar que los españoles estaban cerca. “Se la encargo, sargento”, le había dicho Padilla al más veterano. “Descuide, señor, descuide”.
Juana va al centro de la partida, con la mano menos hábil sostiene a Luisa y con la otra las riendas de su caballo. Su mano está posada entre las crines del animal, se pierde en su espesura. Sabe que podría cabalgar sin riendas, se lo había visto hacer a sus indios, lo había aprendido de ellos. Apretar las piernas y acomodar el cuerpo, tocar las partes más sensibles del potro, ser uno con él, una misma substancia. Un centauro, pensó. Pero, ¿por qué no había centauros hembra? Si puedo ser tan salvaje como ellos, o más.
La niña duerme en su pecho. Su respiración es tranquila, puede sentir el cadencioso trabajo de los pulmones a través de sus dedos que la sostienen derecha. Luisa es un regalo de la Pachamama, pero todos lo somos. Aunque a uno no siempre le regalan lo que espera, algo placentero. ¿Qué beneficio hay en que le obsequien la vida en este mar de sufrimientos? Juana recuerda a Huallparrimachi: “vinimos a aprender, hermanita. Y se hace de afuera para dentro, porque lo más difícil es aprender de uno mismo. Cuando sepamos el lenguaje de las aves, el susurro de las piedras, el cantar del viento, el estallido de las plantas, el clamoreo de los animales, la oración de las aguas y el luminoso rumor del alma humana; entonces, estaremos listos”.
El rebote de veinticuatro cascos acompasados interrumpe el furioso bramido del Río Grande, que se abre camino en las adyacencias. Cabalgan cinco hombres y una mujer, o mejor dicho dos, porque Luisa también lo hace, aferrada a su madre, sintiendo en su nuca la inclemente caricia del viento norteño. La naturaleza la acuna lo mejor que puede.
Juana reposa la vista en los arbustos próximos al río. Cierra los ojos, aprieta los párpados, los vuelve a abrir. ¿Qué es eso que ve? Caras espantadas, brazos extendidos, seres suplicantes que intentan hablarle. Son simples matorrales, estás cansada mujer. De las ramas, ahora surgen pájaros que flanquean la partida; sus trinos de alarma anuncian a un depredador. Su caballo ladea la cabeza, y exhibe un ojo horrorosamente desorbitado. Decide tomar aire, inspira profunda y lentamente, ya pasará. ¿Y si es el poeta?, susurra. El poeta está muerto, se recrimina, cuida a tu hija y deja ya de soñar. Pero, podría ser que Huallparrimachi me quisiese avisar de un peligro inminente. Quizá los Realistas están más cerca de lo que pensamos. Sienta cabeza mujer, o acaso quieres perder a Luisa tal como perdiste a tus otros hijos. No. ¿Entonces? No sé, presiento algo. Es locura, te estás volviendo loca. No sé. ¡No es normal que estemos dialogando dos seres distintos en una misma persona! No somos distintos. A mi no me involucres en tus delirios. Te dije que volvieras a la realidad y te niegas imaginando fantasías sin fin. No tengo razones, sólo percibo.
Uno de la retaguardia apura el galope y se pone a la par del sargento. Juana no pierde detalle. Este soldado ha cambiado, lo ve de negro, con una capa larga, terminada en borlas. Han disminuido la marcha, el círculo se estrecha a su alrededor.
¬—¡Alto! —ordena el sargento. La partida se detiene. Pero el sargento no es más la persona que era, ni tampoco sus hombres. Ahora son esqueletos muy blancos, casi fosforescentes, cubiertos por capas negras.
—¡Entregue su arma señora y no le pasará nada!
A Juana le impresiona un poco el hecho de que salgan palabras de la calavera del sargento, pero no tiene tiempo para reflexionar. Los cinco esqueletos terminan sus manos en sables desnudos, los esgrimen cada vez más cerca de su cuerpo y el de Luisa, quien sigue su sueño. Advierte una distribución perfecta de las falanges en las empuñaduras. ¡Despierta mujer! ¡Por tu hija! ¿No te das cuenta de lo que pasa?
Los dientes de las calaveras castañetean, dando algunos chirridos esporádicos. Juana desenvaina. Ahora el ruido se acentúa. Respira hondo. Presiente algo que se acerca. Cree que es de afuera, como el silbido de un viento huracanado. La vegetación no se mueve. El zumbido gana en intensidad. Pero esto no es viento, dice. En ese momento, un vendaval sale expulsado de su boca. Las capas de los esqueletos se agitan violentamente. Sus caballos retroceden, hacen un gran esfuerzo por mantener sus posiciones. Ella maneja su potro con las piernas. Tajea los huesos del sargento, una y otra vez. Ahora es un gran remolino de polvo. Las osamentas se oscurecen, pierden su fosforescencia. Una capa vuela y se incrusta en la copa de un árbol. Juana da vueltas en el sentido horario, su brazo no deja de dar zarpazos. El sable del general niño reluce entre tanta oscuridad. Destruye los huesitos a la altura de la muñeca de uno de los soldados; la mano se cae, junto con el sable que portaba. El esqueleto manco chilla y galopa furiosamente hacia el Río Grande. Reaparece el sargento, pero ahora Juana cruza un sablazo a la altura del cuello. El oficial cae de su caballo y embute su cráneo en la tierra. Sin líder, la partida se repliega. Pero esto no ha terminado, piensa la madre y aprisiona a su hija. Siente un malestar en el vientre. Ya se había olvidado lo reciente del parto. Pero ese dolor no se relaciona con el alumbramiento. Agua, la fuente de vida, la sangre del mundo, sale expulsada a gran presión de su cuerpo. Puede sentir la apertura de cada uno de sus poros y el roce húmedo de las gotas amontonadas que se liberan al vacío. Grita, ¿es que acaso se está muriendo? Los esqueletos que quedan se arquean para resistir la embestida. Un zaino levanta sus patas delanteras y cae de costado. Desde el piso, el ser oscurecido, con su lúgubre prenda hecha harapos, no presenta batalla, huye empapado. Los demás lo siguen. El corazón de Juana, que latía desenfrenado, empieza a aquietarse. Sabe que no va a morir, ahora lo sabe. Ve, montada en su potro, el rastro de fuego que dejan sus enemigos, ya desnudos, insignificantes. Pero un ruido la sobresalta, es el llanto de su hija. Desmonta. Todo terminó.
Luisa se alimenta de la leche de Juana. La madre levanta su mirada al cielo, allí está el sol, el dios Inti. Nota lo sereno del paisaje, como si nada hubiera pasado. Sin embargo, el cuerpo del sargento yace a sus pies, con su uniforme sucio. Ella se aleja un poco. Si está el dios, debe andar cerca la diosa Pachamama, piensa. Huallparrimachi me dijo que yo podría reconocerla. Debe ser fácil, porque es un monstruo, un monstruo hembra que acaba de parir.

Acá va otro cuento "El Chacho (1863)

EL “CHACHO”
(1863)



Cuando mi carne se pudra, y mis huesos se confundan con el polvo de mis queridos Llanos de La Rioja, cuando todo esto suceda y mis enemigos sean historia; aún habrá alguien que se acuerde de Ángel Vicente Peñaloza. Porque yo soy esta tierra, y esta aridez salvaje me contiene.

Se esfuerzan en destruir mi cuerpo porque ignoran que es lo único que pueden matar en mí. La pica que ha atravesado mi pecho y rebanado mi corazón, no le ha hecho daño realmente al “Chacho”.
Al menos mi cabeza se bambolea en una picota de algarrobo riojano, un último consuelo. El viento caliente la envuelve y la barba canosa semeja una planta a punto de morirse. La sangre está seca marcando el camino por donde ha escapado, en la degollación.
Ahora ha parado de llover aquí en Olta. El sol asomó tímidamente, pero no es un día más: ha sido el último y el primero.
La gente se acerca, pero no puede verme. Miran el despojo colgante. Lloran. Un aguacerito humano surge espontáneamente de ese puñado de leales. Están parados alrededor de la cabeza; no se atreven a tocar el madero que la sostiene. Gime la gran mujer por su hijo masacrado. Nuestra madre, nuestra tierra.

¿Qué dirán los doctorcitos del Chacho? Ese Sarmiento, qué dirá. Puras macanas. Nunca llorará al pie de un palo con su alma destrozada. Qué sabe él, si le teme a la naturaleza. Se tiene miedo a sí mismo. Si de algo estoy seguro es que me temerá hasta su último día. Y no es que vaya a perseguirlo, será el espectro creado por su propio temor el que lo hará.
Seguramente dirán que he sido un criminal, un raposo, un traidor. No, si ya casi los escucho. Olvidarán alegremente que soy un General de la Nación, y que han cometido en mí uno de los atentados más injustos de nuestra historia. ¿Quién ha tenido más honor que el Chacho? ¡A ver, quiero oírlos carajo! Quién puede hablarle a los ojos desorbitados de esta cabeza suelta con más dignidad que la que ha tenido este soldado de la patria. ¿Quién? No tener mi facón a mano para darle un planazo en el culo a ese Sarmiento, arrodillarlo frente a mis restos, su festín, y que me acuse si puede. No desde sus libros, divertimentos de intelectuales, aquí, frente a frente ante un cuerpo sacrificado. ¿Qué diría? Qué va a decir, nada, moquearía como el cobarde que es. No ha podido mirar a los ojos al general Facundo Quiroga sin temblequear como una vieja, qué otra cosa va a hacer ante su más leal lugarteniente. Intelectuales... escriben lindo, pero la Patria es otra cosa.
¡Gloria al más grande general que ha acunado nuestro pueblo, hermanos queridos! ¡Gloria al General Juan Facundo Quiroga, padre de todos nosotros! No veo la hora de darle un abrazo y recordar cuando cabalgábamos juntos, atravesando el desierto de nuestros sueños. Polvo y desgracias nomás, pero ahora gloria eterna. ¿Dónde está que no puedo verlo?
Todo esto es muy confuso. De todas formas lo prefiero. No sé dónde estoy, ni que hago acá realmente, pero si algo es seguro es que no vuelvo. ¿Para qué? ¿Cómo le han pagado al Chacho? No digo sus leales, que aquí se arrinconan como viudas. Los demás, “el pueblo argentino”, por quienes nos hemos exterminado unos a otros. ¿Cómo me han pagado? Y no sólo a mí. Somos su alimento, consumen nuestras muertes como si fueran sólo leyendas escritas en pasquines. ¡Yo no soy una leyenda, me escuchan! Todavía así, muerto y todo, podría pasar por los Llanos y levantar miles de almas para asolar a todos los traidores como ustedes. Sólo que no vuelvo, porque no me da la gana. Me han cansado.
Quizá Sarmiento tenga razón y ésta sea la Argentina por venir, un país de cobardes como él, sin corazón, una turba de desarraigados. Si es así, hemos muerto en vano. Pobres de estos infelices que se reúnen a mi alrededor.

—¡Sepan que están solos! ¡Sépanlo amigos queridos!

¿Qué voy a hacer yo ahora? No he reculado nunca. ¿Qué otra cosa? Seguir hasta el final. La taba se ha dado vuelta, la suerte se nos termina, pero yo nunca me he andado con chiquitas, carajo. Resistiré.

Y usted que escribe sepa también que es un cobarde. ¿Quién le ha dado permiso para despertar a estos espíritus? Inmoral. Nos ha usado. ¿Por qué? ¿Para qué? Cree que puede hacer lo que quiere con nosotros. ¿Qué fin podría justificarlo? ¿Para abrir mentes? Me hace reír. Despierte hombre, a usted también le llegaré. Mi facón es largo como el destino, y lo alcanzará. Recién ahí se va a dar cuenta de que no tiene derecho. ¿Me escucha? Traidor. Escriba, escriba nomás. Ya nos veremos.

Una anciana se acerca a la cabeza. No mira a todos lados, temerosa, como podría haberse imaginado. Ya nada le importa. La descuelga con una orgullosa parsimonia. Ahora todos la rodean a ella. La mujer peina la maraña canosa como lo haría una madre con su hijo muerto. Sus dedos gruesos se entierran en la fronda desgreñada, poniendo orden en el caos. Sus yemas recorren los surcos de la frente, despacio, de derecha a izquierda. Dice unas palabras entre dientes y, repentinamente, aprieta la cabeza contra su pecho.

—¡Olvídelo mujer! Deje ahí eso que no soy yo, ¿me oye? Acá estoy, justo del otro lado. Aquí mismo. Se lo estoy ordenando, carajo. ¡Oiga! No me escucha. Bueno, siga si quiere. Pero sepa que no apruebo todo este rito sin sentido.
¡No pierdan el tiempo, hermanos! ¡Luchen! ¡No se detengan por mí! Bah, es inútil parece. La pena siempre puede más.

Los cabellos de la mujer son hebras blancas, largas, secas. Se unen a los del Chacho en una caricia final. Sus ojos tan sólo se han humedecido; sus arrugas absorbieron las lágrimas a medida que se escapaban de sus ojos oscuros. Ahora los demás también tocan, temerosamente, el preciado resto del General muerto. Sus dedos cierran un círculo, cuyo centro es la cabeza, formando un mandala humano. Un círculo mágico en un pueblito perdido en los Llanos riojanos.

Siga, siga nomás. Ya nos veremos.

La anciana ha sacado, de entre sus ropas, un pedazo de sábana blanca. Antes de envolver la cabeza con ella, mira por última vez la expresión ausente del padre de todas sus esperanzas. Esperanzas perdidas.

—Luchen, carajo. No dejen que les arrebaten la ilusión de ser uno con su propia tierra. ¿Quiénes son estos que nos ordenan cómo vivir? Aquí estoy todavía para guiarlos. No van a sacarnos este último anhelo. Así me lleve el alma, combatiré hasta el final. ¿Me oyen? Vamos, ¿qué esperan? ¡Hasta el final he dicho!

La pala se entierra con facilidad a causa de la lluvia reciente. Un hombre cava con prisa acumulando el barro a unos metros de la iglesia. Justo al lado de uno de los pilares de la entrada del templo, la diminuta tumba cobra vida.
La anciana ha cosido la sábana que contiene su resto sagrado, que aún aprieta contra su pecho. Tiene la vista fija en el ir y venir de la herramienta, erigiendo con su mirada un regazo tibio donde sólo hay tierra fría.

¿No se ha detenido aún, escritorcillo mediocre? ¿Cree realmente que alguien leerá sus ambiciosos papeles algún día? Me da pena, ¿sabe? Pero así y todo, no se salvará de mí. Puedo asegurárselo, cretino. ¿Me oye? No escapará.

Me divierte pensar en la confusión que generaría en las complejas cabezas de los doctorcitos, este humilde homenaje que le hacen a un viejo campesino muerto, quien sólo les ha dado algo por qué pelear. ¿Cómo lo explicarían? Seguramente tratarían de relacionarlo con el comportamiento animal y no sé que otra necedad por el estilo. Pobres cabezas, ninguna iguala la hidalguía de ésta, tan venerada por este puñado de almas. Los compadezco, no sólo a estos sanguinarios doctores, sino a todos los que van a venir, a quienes se les suprimirá la verdadera historia argentina; aquella que permanecerá enterrada, como mi propia cabeza, hasta que un error humano, inevitablemente, termine descubriéndola.

Ahora el hombre da golpes con su pala para disimular el montículo funerario. Los paisanos, de a uno, regresan a sus hogares. Sólo la anciana no se mueve. Una nueva tormenta se avecina. Ella se ha quedado sola.