miércoles, 12 de septiembre de 2012

ASESINOS
El origen del arquetipo llamado “sombra” en el modelo de individuación ideado por Jung, se debe a lo que negamos de nosotros mismos y le atribuimos a los demás: Si algo no me gusta, juego a que eso no existe, pero como tengo miedo que, en el momento en que yo menos me lo espere, aflore y me descubra, empiezo a condenarlo en los otros. Schopenhauer decía que si uno había vivido toda una vida de santidad pero, en el último día, mataba a alguien, era un asesino (nosotros, como sociedad, jamás nos preguntamos por la vida de un asesino anterior al hecho). Su vida se había convertido en el tiempo que tenía que transcurrir hasta cumplimentar su destino, por lo que concluía (Schopenhauer) que el carácter era innato. Pero, pensemos en lo que este último ejemplo puede connotar : yo no sé si terminaré mi vida siendo (o no) un asesino. Y esto, ¿es posible? La proposición típica se refiere a que si alguien amenaza o directamente acaba de matar a un ser muy querido (quizás un hijo) y uno tiene la posibilidad de ultimar al asesino, ¿lo haría? El hecho de matar a alguien ¿lo convierte a uno en un asesino, más allá de los atenuantes (en defensa propia, etc.) que, justa y legalmente, pudieran presentarse? Supongamos que la respuesta es no, que yo al matar al asesino no me convierto en un criminal (con toda la connotación de ilegal y enemigo de la sociedad que esta palabra tiene), debido a que puedo tener causas que me justifiquen socialmente (no sólo la citada defensa propia, o emoción violenta, sino otras más altruistas como, por ejemplo, quitarle un mal a la sociedad, alguien inhumano e irrecuperable que es un peligro latente para los demás individuos, etc., mediante la pena de muerte). Aceptando como ciertas estas apreciaciones, aun así, hay algo que está pasando inadvertido. Obviemos el tema de si merece o no morir, ¿qué diferencia hay, de hecho, entre una muerte y la otra? Se ha asesinado a un niño que no podía defenderse, se ha asesinado a un criminal que no podía defenderse (pena de muerte). No había una razón para matar al chico (no era razonable), pero sí la tenemos para matar al reo: ésta es la gran diferencia. Es decir: si hay una razón que lo justifique, podemos matar. Matamos legalmente. De acuerdo. Ahora, de nuevo la pregunta: el hecho (legal o no) de matar ¿no nos convierte en asesinos? ¿Qué es ser un asesino? Diccionario : Asesino viene del árabe hassasin que quiere decir: consumidor de hasis. Asesinos eran los miembros de una secta religiosa que tenía por costumbre consumir este narcótico. Pero, como se imaginarán, estos fanáticos no cobraron notoriedad únicamente por este hecho. Su prueba de ingreso a la secta consistía en matar a una persona que el jefe le asignaba. Es decir, no mataban a cualquiera, sino a quien, premeditadamente, se les indicaba. Y esto coincide con la definición de asesinar : matar con premeditación o alevosamente. ¿Hay alguna duda sobre la premeditación y alevosía en la ejecución de un reo? A lo que quiero llegar no es a un mero prurito semántico, sino a que, más allá de las justificaciones, seamos conscientes de lo cruelmente instintivo que es asesinar pero, en especial, cuán latente puede estar en todo ser humano. Si asumimos esta postura trasladaremos el eje de la discusión por afuera de toda ética, pero sincerados, sin duda más humanos y falibles que lo que puede mostrarnos cualquier teoría de la convivencia (por más dura lex que prometiese ser). ¿Y es peligroso salirse de la ética ? Muchos podrían alegar que, generalmente, cuando esto pasa se incurre en delito. Ahora bien, ¿quién ha trazado a través de los siglos el perfil ético humano ? Quién más sino el mismo hombre. ¿Es entonces la ética una represión del hombre a sus propios instintos ? Sobre esto no tengo la menor duda. La mayoría de lo considerado instintivo se juzga impropio para vivir en sociedad y se castiga de manera ejemplar . Todas las reformas ejecutadas a códigos legales ejemplares (como el Derecho Romano), son complejas adaptaciones de cada pueblo a lo considerado no lesivo para su sociedad, es decir lo no instintivo, lo permitido. El hombre (como especie) tiene instintos naturales cuya exposición es peligrosa para la convivencia social. Es por eso que los reprimimos. Creamos normas que traban el paso del deseo a la acción. Esas normas están contenidas en el Código Penal. Hay deseos de posesión que reprimimos (sexual : violación ; mobiliaria : robo ; inmobiliaria : usurpación), deseos destructivos que reprimimos (hacia uno mismo : suicidio ; hacia los demás : asesinato), deseos de engaño (sexual : adulterio, económico : estafa), y muchos otros. Es decir, la represión legal existe porque existe el deseo. Una conclusión derivada de la afirmación anterior expresaría que si eliminamos la represión, el deseo se desata. O sea, que la ley no sólo estaría para reprimir los excesos (delitos), sino para prevenir o amedrentar, quizá mediante la exhibición de la dureza de las penas, a posibles futuros delincuentes. Sin embargo, ¿es así ? Los delincuentes, ¿piensan en la pena que les correspondería antes de cometer un delito ? Este es un tema. El otro sería plantear la primera afirmación reformulada : ¿Podría ser que la represión (creada para accionar sobre el deseo delictivo) termine generando deseo ? Veamos. No creo que haya algo más atractivo que lo prohibido. La condición de oculto, sugerido quizás, despierta ansias de una primogénita posesión, que es lo que nos lleva a descubrir cosas. Queremos ver que hay detrás de ese manto semitransparente. Afinamos un poco más la vista, pero no ; si queremos ver qué es lo que esas sensuales formas insinúan, hay que traspasar los límites. Hagámoslo más claro : todos somos potenciales delincuentes. Si la ley es el dictado de la represión de nuestros instintos, todos somos posibles transgresores de ésta. Pero ésto no significa que no nos desatamos por miedo a la ley, como bien podría creerse. Generalmente convivimos con sobreentendidos de lo que está bien. Nadie le va a preguntar al otro si está bien o mal que le robe la billetera. Todos sobreentendemos lo que se puede hacer y lo que no (salvo que padezcamos un problema mental que no nos permita diferenciar el bien y el mal, como es el caso de la psicopatía). Es decir, no consultamos el Código para saber si lo que vamos a hacer está bien o no. Por la misma razón, se desprende que no actuamos o dejamos de hacerlo por temor a la letra legal. Lo hacemos evaluando automáticamente de acuerdo a como fuimos programados desde chicos. Ésto es el sentido común : un gran sobreentendido que, en mayor o menor medida, compartimos con nuestros compañeros de especie.

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